One Big Union by Valerio Evangelisti

One Big Union by Valerio Evangelisti

autor:Valerio Evangelisti [Evangelisti, Valerio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2011-11-08T00:00:00+00:00


18

LA BESTIA DECAPITADA

Al funeral, oficiado por el padre Stoker en la iglesia congregacionalista, asistió incluso William Burns. Envuelto en su chaqueta cruzada negra, con el sombrero de fieltro en la mano, su presencia austera y compungida se hacía notar. Bob, trastornado aún por la desesperación, se lo agradeció. Era un consuelo, relativo pero importante, tener a su lado a un hombre reputado que se mostraba sensible ante su dolor.

Con mano temblorosa echó en la fosa un puñado de tierra y murmuró:

—Que Dios te conceda descansar en paz, Thelma.

—Amén —dijeron al unísono todos, incluido el pastor.

Charlie Coates lloraba como un niño.

—¡Ni siquiera he podido verla por última vez! —repetía entre sollozos a los que estaban cerca de él, aunque nadie lo escuchaba.

El cadáver de Thelma no había sido expuesto. La muerte por hambre, y sobre todo por sed, habían dejado señales inequívocas en su cuerpo consumido: manchas, úlceras, llagas… Sus brazos se hallaban llenos de cortes, cicatrizados pero visibles. Al descubrir que estaba condenada a muerte rompió la ventana para sacar los brazos entre los barrotes. Gritó pidiendo ayuda durante casi dos días, hasta que se quedó sin fuerzas y su voz se redujo a un lamento. En el anterior edificio del este de la ciudad la hubieran oído enseguida, pero donde vivía ahora no. Un seto separaba la casa de la calle, por la que pasaban tranvías eléctricos y ruidosos coches. Si alguien llegó a verla probablemente la tomó por una loca. Exhausta, se arrastró hasta una esquina de la habitación y esperó la muerte sobre un charco de sangre y orina. Padre e hijo llegaron para «liberarla» dos días más tarde.

El señor Burns ciñó los hombros de Bob con un robusto abrazo y le dijo:

—No tienes nada que reprocharte, amigo mío. Has sido víctima de una serie de circunstancias desafortunadas. No tienes culpa alguna.

El padre Stoker le había dicho eso mismo. Bob miró a su superior con gratitud, bajo un velo de lágrimas.

—Ojalá fuera verdad, señor.

—¡Es verdad! La policía ya no te molestará más. He hablado con funcionarios de alto rango, saben la verdad y el caso será archivado. Tú estabas lejos de casa cumpliendo una misión por la que merecerías una medalla. No la recibirás, dada la situación, pero te concedo gustosamente un periodo de descanso cobrando el sueldo máximo. Acepta ese obsequio, es una especie de certificado de tu valía.

—Gracias, gracias.

Tras un último apretón de manos William Burns se dirigió a su espectacular berlina. Bob no se sentía mucho mejor que antes. Se unió a él su hermana Mary Ann, que lo abrazó y le dio un par de besos en las mejillas.

—Estoy contigo. Lo sabes, ¿verdad? —le comentó. Al notar perplejidad en Bob se sintió obligada a añadir la frase de rigor que todos repetían—. No debes sentirte culpable en absoluto, solo intentabas hacer lo mejor para tu hija…, para mi sobrina. Tu único error fue liarte con esa mujerzuela, Rosy O’Donnell. Sin ella esta tragedia nunca se hubiera producido.

Bob observó a su hermana, una mujer con un gran encanto y ante todo elegante, refinada tanto en sus facciones como en sus maneras.



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