Nuestra parte de noche by Mariana Enríquez

Nuestra parte de noche by Mariana Enríquez

autor:Mariana Enríquez [Enríquez, Mariana]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 2019-11-19T16:00:00+00:00


* * *

Todo lo que pasó después, para Gaspar, pasó detrás de una especie de niebla. Como si se hubiese restregado los ojos hasta dejarlos medio enceguecidos. Y como si esa ceguera parcial, esa bruma gris, estuviese extendida hacia todo su cuerpo. Una distancia entre él y los demás, entre lo que decían y hacían los demás, como si viese una película en volumen bajo detrás del humo.

Su tío enojado porque habían entrado en la casa. Y porque tenía que acompañarlo a hablar con policías, con el juez de menores, con otra gente que Gaspar ya no distinguía. Betty se había desmayado con la noticia de la desaparición de Adela: había querido entrar a la casa, se había dado la cabeza contra las paredes y la puerta, había rasguñado los ladrillos que tapiaban las ventanas. Alguien le dijo a Gaspar que la puerta estaba otra vez cerrada. También que Betty le echaba la culpa a él, que había gritado es culpa del hijo de Juan, él la trajo, él la entregó. No le extrañó: Betty tenía razón. Pero él ya no podía contestar. A los policías y a la gente del juzgado, que vino mucho después, a la madrugada, sí les habló, aunque poco.

Vio a su padre entre una cosa y la otra. Seguía inmóvil. ¿Cuántos días habían pasado? La doctora Biedma le dijo que estaba en coma, que era definitivo, que no iba a despertarse. Gaspar no supo qué responderle. Tenía que hablar con su padre. Dejaron que se le acercara. Estaba complemente quieto salvo por la respiración, que seguía siendo extraña, espaciada. Le dijo al oído: si me escuchás, decime dónde está ella. Por qué no pude abrir esa puerta si puedo abrir otras, quién se la llevó. Cómo la sacamos. Por qué la llevé hasta ahí. Y esperó sinceramente que eso lo despertase, pero esperó en vano. Su padre tenía los labios secos y ensangrentados, casi violetas. También los dedos estaban azulados. Tenía los brazos cubiertos de moretones y también el pecho, moretones grandes, y parte de la piel quemada. Habían intentado reanimarlo.

No quiero ir al colegio, le dijo Gaspar a su tío, y él le contestó: está bien. Sentía el cuerpo de Adela debajo de él, cómo se había retorcido, casi de goma, y sus dedos en el ojo, pero sabía, sabía, que con un poco más de esfuerzo no se le hubiese escapado. Se le había escapado a él. Cuando no lo llamaban para hablar con algún policía o con alguna otra persona en una oficina (¿era la jueza?, ¿era una psicóloga?), Gaspar estaba en una cama al lado de la de su padre. Lo dejaban quedarse. El ruido del monitor cardíaco no lo dejaba dormir, pero no quería moverse de ahí. Su tío tenía que insistirle para que se bañara y comiese algo. En una de las salidas de la clínica supo que Betty se había ido, no aparecía, cómo era posible que se fuera justo cuando su hija había desaparecido, y Gaspar cerró los ojos.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.