Matar a Leonardo da Vinci by Christian Gálvez

Matar a Leonardo da Vinci by Christian Gálvez

autor:Christian Gálvez [Gálvez, Christian]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2014-01-01T05:00:00+00:00


30

24 y 25 enero de 1491, taller de Leonardo, Milán

La justa organizada junto con el capitán Galeazzo Sanseverino para los prolegómenos del enlace de Ludovico y Beatrice había sido de nuevo un éxito. Esta vez, Leonardo tuvo la osadía de convertir a parte del grueso de los soldados de Sanseverino en hombres salvajes representantes de la Madre Naturaleza. Ellos lucharían contra el capitán en duelos de caballo y lanza, cuyo yelmo, diseñado por el florentino, recordaba a un dragón con los cuernos trazados en espiral acompañados por una serpiente alada.

Debía seguir con el plan establecido. Justo antes del amanecer de la jornada del 24 de enero, había convocado a los mejores arquitectos, cocineros y pasteleros en la plaza central del castello Sforzesco. La tarea prometía ser ardua. El resultado garantizaba la inmortalidad.

—Escuchadme, amigos de Milán —comenzó Leonardo—. Hoy cambiaremos el curso de la historia. Mañana, cuando nos recuerden, decidirán cambiar el nombre de esta plaza, la plaza de las Armas, y la denominarán plaza de las Tartas.

La gente, en un primer momento, no entendió nada. Leonardo, poco a poco, descubrió cuál era su secreto. Había decidido sustituir la tarta nupcial en el enlace del duque con Beatrice d’Este. En su defecto, celebrarían la alianza en el interior de ella. Con un meticuloso plan que Leonardo dibujó en la arena, explicó paso a paso lo que, entre todos, conseguirían.

Crearían una enorme tarta de sesenta metros de longitud con pasteles y bloques de polenta. Un banquete aderezado con nueces y uvas pasas, frutos secos que simbolizaban la fertilidad. En su interior, sustituirían cualquier mobiliario por mesas y sillas hechas de pastel. Sería una boda única.

Se formaron dos grupos de personas. Unos, le tildaban de genio pero se amedrentaban ante la dificultad de conseguir el reto en una jornada. Otros le suponían lunático y demente, pero querían formar parte indiscutiblemente de semejante proeza. Las palabras de Leonardo terminaron convenciendo a todos por igual y, de la mañana a la noche, Milán se convirtió en una única empresa con un fin singular: construir la tarta más grande del mundo.

Al término de la jornada, todos alabaron la capacidad creativa y organizativa de Leonardo, el florentino. Frente a ellos, ya iluminado con antorchas y lámparas de aceite, se alzaba triunfal el enorme pastel que contendría nada más y nada menos que a trescientos invitados.

Marco d’Oggiono se encargó de pagar los estipendios acordados y cada uno regresó triunfante a casa. Leonardo fue el último en abandonar el patio de armas. También sería el primero en llegar la mañana siguiente.

La jornada del 25 de enero del año 1491 de Nuestro Señor fue una hecatombe.

Al llegar, el maestro de ceremonias de Ludovico Sforza, el duque de Milán, enmudeció. A las primeras luces de la mañana, a falta de unas cuantas horas para la celebración de las nupcias, el banquete ya se había celebrado. Leonardo había calculado mal. En realidad, no había calculado como posible desenlace un elemento imprescindible en cualquier ciudad en obras que se precie. Las alimañas. El



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