Los fantasmas del invierno by Kate Mosse

Los fantasmas del invierno by Kate Mosse

autor:Kate Mosse [Mosse, Kate]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 2011-02-02T16:00:00+00:00


El cielo iba virando del negro a un azul como la tinta. Cuando miré al camino por el que habíamos bajado distinguí la huella plateada de mis pasos en el rocío de la mañana. No faltaba mucho para que amaneciera. Pensé por un momento en que era extraño que hubiera rocío en diciembre, y luego pensé en lo raro que era que no tuviera frío a pesar de haber abandonado el abrigo y la gorra en el Ostal. Me sentía curiosamente ingrávido, como si tras pasar la noche en compañía de Fabrissa hubiese adquirido algunas de sus cualidades, su delicadeza, su liviandad.

Miré la superficie aquietada del agua en la laguna. Noté en las mejillas la falta de sueño y el agotamiento en los ojos, que me miraban a la luz incierta del alba. El reflejo de Fabrissa en el agua era mucho menos claro. Me volví, temeroso de que se hubiera marchado. Pero aún estaba allí.

—Temía que tú…

—Todavía no —dijo, leyéndome el pensamiento.

—No tenemos que volver.

—Aún nos queda un poco de tiempo —dijo sonriendo—. Me gustaría contarte algo sobre mí, si tienes el ánimo de escucharme.

Me dio un brinco el corazón.

—Cualquier cosa que tú quieras contarme, para mí será un honor oírla.

Yo no había fumado en toda la noche, supongo que porque nadie más fumaba en la sala. Ni siquiera había pensado en fumar. Pero en ese momento busqué en el bolsillo y saqué la funda de los cigarrillos y las cerillas.

—¿Te importa? —dije, y saqué uno y apreté el tabaco en la tapadera de plata.

Fabrissa se inclinó hacia mí.

—¿Qué son?

—Gauloises —repuse—. Suelo fumar Dunhill en situaciones normales, pero aquí es imposible de conseguir.

Le ofrecí el paquete. Negó con un gesto, pero pareció embelesada por lo que hacía yo. Me miró atentamente cuando me puse el cigarrillo en la boca y, protegiéndolo con una mano, encendí una cerilla. Se le pusieron los ojos como platos cuando vio la hilacha de humo que se expandía en el aire húmedo de la noche y alargó la mano como si quisiera enroscarse el humo en los dedos.

—Qué bonito.

—¿Bonito? —reí, halagado—. Es una manera de verlo, por qué no. Cerré la funda y me la guardé con las cerillas en el bolsillo.

—Eres muy especial —le dije—. Te aseguro con toda sinceridad que nunca había conocido a nadie como tú.

—No soy distinta de nadie —dijo.

Sonreí, pensando en lo equivocada que estaba y en lo delicioso que era que no se diera cuenta.



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