Los Cinco junto al mar by Enid Blyton

Los Cinco junto al mar by Enid Blyton

autor:Enid Blyton [Blyton, Enid]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Infantil, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 1952-12-31T16:00:00+00:00


Capítulo XI

«LOS DEL GRANERO» Y CLOPPER

Cuando el granero estuvo lleno de espectadores, la algazara era tremenda. Habían tenido que traer más cajas para sentarse. Todo el mundo hablaba y reía, algunos niños aplaudían impacientes, y los perros de la granja, excitados, ladraban y aullaban con todas sus fuerzas.

Tim estaba también excitado. Recibía a todo el mundo con un ladrido y agitaba la cola vivamente. Guan estaba con él, y Jorge estaba segura de que el chiquillo se imaginaba que Tim le pertenecía. Guan iba limpio porque la señora Pennethlan lo había bañado.

—No verás la función ni tomarás parte en la cena si no te bañas —le había amenazado. Pero él no quería bañarse: le daba «zuto» el baño.

—Me ahogaré —exclamó retrocediendo ante la bañera ya preparada.

—¿Te da «zuto»? —exclamó la señora Pennethlan, ceñuda, mientras lo metía en el agua con ropa y todo—. Pues ahora tendrás más «zuto». ¡Anda, quítate la ropa! La lavaré en la bañera después de lavarte a ti. ¡Eres el niño más sucio que he conocido!

Mientras Guan lanzaba gritos ensordecedores, la señora Pennethlan lo rascaba, enjabonaba y frotaba. El rapaz llegó al extremo de levantar la mano a la granjera, pero ella le dio una sonora bofetada y el chiquillo enmudeció de pronto. Entonces Guan comprendió que estaba a merced del enemigo y decidió resignarse a soportar hasta el fin aquel horrible baño.

La granjera lavó los mugrientos pantalones y la camisa del rapazuelo y los puso a secar. Luego envolvió a Guan en un viejo mantón y le dijo que esperase a que la ropa estuviera seca para vestirse.

—Un día de éstos te haré un trajecito decente. ¡Pareces un mendigo! ¡Oh! ¡Qué delgado estás! Tendré que alimentarte bien.

Guan resplandeció de alegría. ¡Alimentarlo! ¡Esto sí que le gustaba!

Después se fue al granero para ver llegar a los espectadores. Lo acompañaba Tim y se sentía persona importante.

Lanzó un grito de alegría cuando vio acercarse a su anciano bisabuelo.

—Dijizte que vendríaz pero no lo creí. Entra. Te buzcaré una zilla.

—¿Qué pasado te ha? —preguntó el viejo, extrañado—. Pareces distinto. ¿Qué hecho has?

—Me he bañado —respondió Guan con orgullo—. Zí, tomé un baño, abuelo. Lo mizmo deberíaz hacer tú.

El anciano le contestó con una bofetada y saludó con la cabeza a varios conocidos. Llevaba su viejo cayado de pastor, en el que estuvo apoyado incluso después de sentarse.

—¡Hola, abuelo! Hace ya casi veinte años que no te hemos visto por aquí —exclamó un aldeano de cara redonda y colorada—. ¿Qué has hecho durante todo ese tiempo?

—Ocuparme en mis asuntos y en mis ovejas —respondió el viejo con el dulce acento de Cornish—. ¡Ay! Y pueden otros veinte años pasar sin que a verme vuelvas, John Tremayne. Y ahora decirte quiero una cosa: no he venido por la función, sino por la cena.

Todos se echaron a reír, y también lo hizo el viejo, que estaba más contento que unas pascuas. Guan lo miró con orgullo. Su bisabuelo tenía la mar de gracia cuando se ponía a hablar.

—¡Chist, chist! Va a empezar la función —dijo alguien de pronto al ver que se movía la cortina.



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