Lo que dure la eternidad by Nieves Hidalgo

Lo que dure la eternidad by Nieves Hidalgo

autor:Nieves Hidalgo [Hidalgo, Nieves]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2008-02-29T16:00:00+00:00


Capítulo 15

Se despertó poco antes de las diez de la mañana, completamente despejada y lúcida, como si hubiera dormido veinte horas seguidas. A pesar de que solía levantarse temprano, se quedó acostada un rato más con la vista en el alto techo, repasando lo sucedido y preguntándose, por enésima vez, si su cabeza funcionaba como debiera. Tenía claro, sin embargo, que la noche anterior no había vivido un sueño. La experiencia podía adjetivarse de mil y un modos: de extraña, increíble, insólita e inadmisible, pero había sido tan auténticamente real que daba miedo.

Los ventanales filtraban unos rayos de sol mortecinos, pero al menos no llovía, y Cris se alegró por ello. Decidió que resolvería aquel galimatías más tarde. Se desperezó, fue al baño, llenó la bañera de agua caliente, agradeciendo aquella comodidad que en tiempos de Dargo no existía, y su recuerdo la animó del todo. En su mente se dibujó aquel cuerpo espléndido de fuertes músculos, su piel bronceada, sus ojos verdes, su boca. La verdad es que el chico no tenía desperdicio, pensó con mohín pícaro, dejándose abrazar largamente por el agua espumosa.

Se ajustó una falda amplia y larga hasta media pierna, una blusa negra y zapatos cómodos. A punto de salir recordó que iban a subir a un desván, de modo que cambió la falda por el pantalón vaquero descolorido y se puso un jersey de lana por si en el desván hacía frío. Cuando bajó al pequeño comedor, parecía haberse quitado un gran peso de encima. Tal y como dijera Miriam Kells, aceptar la presencia de Dargo la hacía sentirse más ligera, distinta del resto. Especial.

La irlandesa estaba ocupándose de las vituallas del castillo, por lo que no la vio aquella mañana. Cristina lo agradeció. No tenía idea de cómo encararse con ella y explicarle lo sucedido la noche anterior.

Untó un par de tostadas con mantequilla y se sirvió una generosa taza de café. Cuando se disponía a atacar la primera, se abrió la puerta y por ella asomaron una cabellera castaña y el rostro de un hombre guapo.

—¿Queda café? —preguntó.

Cristina se lo quedó mirando, preguntándose quién era. Alto, elegante, con un jersey de cuello alto color beige, unos pantalones negros entallados y zapatos italianos, dueño de unos primorosos ojos azules, una abundante cabellera castaño claro, una sonrisa encantadora y un cuerpo que haría volver la vista a más de una que se cruzase con él por la calle. Se llenó una taza de café y se sirvió un par de cucharones de huevos revueltos en un plato que depositó sobre el inmaculado mantel blanco, sentándose frente a ella.

—Buenos días. Imagino que usted es la señorita Ríos —dijo, extendiendo la mano por encima de la mesa—. Mi nombre es Tyron. Tyron Parnell. Estoy encantado de ser su compañero de estancia.

Cristina estrechó aquella mano grande, de largos dedos. El apretón fue fuerte y sincero, y ella se encontró sonriéndole al sujeto, que parecía realmente divertido.

—¿Compañeros de estancia? —preguntó, dando un mordisco a su tostada.

—Llegué anoche. A una hora intempestiva, debo reconocerlo.



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