Lo que callé aquel día by Ana Álvarez

Lo que callé aquel día by Ana Álvarez

autor:Ana Álvarez [Álvarez, Ana]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2024-07-18T00:00:00+00:00


Capítulo 16

Aclarando las cosas

Rebeca había dejado de almorzar en la cafetería después de que Bruno y ella se besaran. No quería coincidir con él más de lo necesario, y trataba de limitar las posibilidades al área quirúrgica y los pasillos del hospital, ya que trabajaban en el mismo sitio y era inevitable que coincidieran en algún momento.

El beso había removido en ella demasiadas cosas, cosas que no quería recordar ni admitir. Cosas que la sola presencia de él le evocaban. Era consciente del atractivo que había ganado con los años, del aplomo del hombre en que se había convertido, y ¡cómo no!, del deseo que aún sentía por ella. No lo había ocultado, y no solo por la erección que había provocado su abrazo y su beso. Lo decían sus ojos cuando la miraban, la voz que se suavizaba al dirigirle la palabra. Tal vez estuviera engañando al resto del hospital, pero Rebeca lo conocía demasiado bien. Y lo peor era que ella también lo deseaba. Que la noche en que se besaron tuvo ganas de mandar al diablo todas sus reticencias, el enfado que aún persistía y enterrar en sus brazos seis años de soledad. Pero no lo haría. Su orgullo se lo impedía. Porque desearlo, lo deseaba, pero no lo había perdonado.

Sabía que si no había dado un paso más para intentar reconquistarla —o llevársela a la cama, pues no pensaba que quisiera nada más serio— era porque creía que Diego era su pareja. Por eso debía seguir creyéndolo, porque Bruno no era tonto y había vislumbrado una grieta en su armadura, una grieta que ella pensaba cerrar de nuevo a fuerza de distancia y de acrecentar su rencor y su enfado.

Se disponía a salir del hospital para ir al aparcamiento a recoger su coche, cuando Bruno apareció por el corredor y subió al ascensor con ella. Estaban solos y se apartó todo lo que pudo, como si le temiera. Como si su sola presencia en tan reducido espacio le quemara.

—¿Piensas que voy a asaltarte en un ascensor del hospital?

—No pienso nada.

—¿Hasta cuándo vas a seguir evitándome?

—Yo no te evito.

—Hace más de una semana que no nos hemos ni siquiera cruzado. Para trabajar los dos en el mismo sitio es mucho tiempo. Y tus respuestas de ahora no son lo que se dice «amables».

—Estoy cansada, y cuando eso sucede, no suelo mostrarme muy simpática. Puedes preguntarle a cualquiera en el hospital, te lo confirmarán.

—Te he visto más cansada y menos hosca.

—Si te refieres al pasado, he cambiado. Ya no soy la misma mujer que conociste, admítelo de una vez.

—Estoy hablando del presente.

—Pues me habrás pillado en un día tonto, no es lo habitual. Si estoy cansada, gruño.

Habían llegado a la puerta y Rebeca salió en dirección al aparcamiento. Él acompasó el paso a su lado.

—¿Dónde vas? —preguntó suspicaz.

—Te acompaño hasta donde tienes tu coche; tenemos que hablar y en el hospital es imposible. Ya no comes en la cafetería, me han dicho que te traes la comida de casa y lo haces en la habitación acondicionada para ello.



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