Las ninfas by Mario Escobar

Las ninfas by Mario Escobar

autor:Mario Escobar [Escobar, Mario]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2023-06-11T00:00:00+00:00


22. Color esperanza

La casa de Juan Cortés estaba cerrada a cal y canto, las dos inspectoras saltaron la valla e intentaron ojear por los ventanales.

—¿Cómo te fue ayer con Ismael?

Adela sonrió y sobraron las palabras, su compañera no la veía tan feliz desde hacía tiempo.

—Parece que no hay nadie. Tendremos que traer una orden judicial y cerrajero —dijo Sandra, pero antes de que se diera cuenta un perro comenzó a correr hacia ellas.

Adela intentó entretenerlo, pero el animal furioso no paraba de dar dentelladas en el aire.

—¡Quieto Turco!

Las dos mujeres se pegaron a la pared, como si esta pudiera protegerlas.

—¿Qué hacen aquí? Esto es una propiedad privada.

—Somos inspectoras de policía, estamos investigando la muerte de Juan Cortés.

La mujer agarró el collar del perro, pero no parecía fiarse mucho de las dos mujeres.

—No son las primeras que vienen. Juan era un hombre solitario y pacífico, lo encontraron muerto de un ataque cardiaco, al parecer su corazón se paró sin más.

Adela comenzó a calmarse, le daban pavor los perros.

—Bueno, ¿sabe si estaba enfermo?

—No, era un roble. Caminaba por el campo unos quince kilómetros diarios.

—¿Tiene las llaves de la casa?

La mujer dudó un momento. Después llevó al perro hasta el otro jardín y se acercó a las mujeres.

—Enséñenme primero la identificación. No soy una ingenua.

Las dos inspectoras sacaron sus placas.

—Juan fue en su tiempo un hombre influyente e importante. Amasó una gran fortuna, aunque no lo parezca —dijo mientras miraba la casa vieja y medio abandonada—, pero después lo perdió todo. Ese alumno suyo, creo que se llamaba Ulises, le llevó a la ruina.

Las dos mujeres parecían sorprendidas, creían que los dos hombres se apreciaban mutuamente.

—Entiendo. ¿Tiene las llaves?

La mujer afirmó con la cabeza y sacó un manojo de llaves de su bata azul. Abrió la puerta principal y subió el diferencial del cuadro de luces.

—Juan tenía una hija, pero vive en Nueva Zelanda, no ha reclamado por ahora su herencia. Yo soy la albacea oficial, éramos buenos amigos.

El salón era muy normal, forrado de madera que había perdido su barniz, las mesas de pino y los muebles del mismo material. También había unos sillones de piel ajados y poco más de interés. Vieron el aseo, la cocina y la habitación principal, no había nada sospechoso. Sandra observó las escaleras que conducían a una segunda planta.

—¿Dónde conducen?

—A la buhardilla. Nunca he estado dentro, allí guardaba Juan sus libros y papeles.

Las dos mujeres siguieron a la señora y esta buscó en el llavero una llave para abrir la puerta, pero no encontró ninguna.

—Lo siento, no tengo la llave.

Adela no dudó, dio un fuerte empujón a la puerta y la cerradura cedió sin mucho esfuerzo.

—Pero ¿quién va a pagar la puerta? —se quejó la señora.

—Mande la factura a la Policía Nacional —dijo Sandra mientras entraban en la habitación.

Entraron a la abuhardillada, había algunas estanterías con libros viejos y un gran panel en la única pared libre. En él aparecía la foto de Ulises conectada por cintas rojas a otras seis personas, y a estas se conectaban otras veinte.



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