Amor by Mario Escobar

Amor by Mario Escobar

autor:Mario Escobar [Escobar, Mario]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2023-09-01T00:00:00+00:00


18. Sonrisa

Ángel se conocía la sierra al dedillo. A sus cuarenta y seis años llevaba más de dos décadas trabajando para la familia Soria, su padre lo había hecho antes que él. Al principio había pensado emigrar a Brasil o Venezuela, quería vivir una aventura y alejarse de todo lo que conocía, en especial de su padre, pero al final había encontrado la paz entre las encinas y sabinas que rodeaban el pueblo. Solía salir a cazar muchos sábados por la mañana y durante años había recorrido cada senda y subido a cada colina de los alrededores. Si alguien podía encontrar a los chicos era él.

Llevó a una docena de sus hombres, casi todos de origen latino, en especial colombianos, que era de los que más se fiaba. Se había casado con una mujer colombiana diez años antes y tenían tres hijos, entendía perfectamente su cultura y la necesidad de encontrar a alguien con verdadera autoridad.

—Nos dividiremos en tres grupos. El jefe me ha dicho que busquemos por las casas abandonadas de Montelpino. La chica ha dicho que puede que estén por esa zona. Un grupo irá hacia la cantera, otro a la granja de doña Goda y el otro al pico. ¿Entendido? Poned en marchas las radios y estad en contacto constante.

Ángel marchó con sus hombres a la casa de doña Goda. Caminaban deprisa, sabían dónde pisaban y antes de una hora ya estaban a las puertas de la casa. Encontraron el portalón abierto y aquello ya les hizo sospechar.

Ángel pasó el primero y vio a la mujer tendida en el suelo en medio de un charco de sangre, estaba muerta. Los perros parecían aturdidos.

—Han estado por aquí.

—¡Patrón! —le dijo uno de sus hombres.

—Dime.

—Esto lo han hecho profesionales, sicarios creo.

Ángel le miró de arriba abajo.

—Vamos bien armados. ¿Acaso le tienes miedo?

—No, patrón, pero esa gente no se anda con chiquitas.

Era un hombre de campo, nunca había matado a otro hombre, pero era capaz de hacerlo si se terciaba el chance.

—Continuemos.

—¿Hacia dónde?

El hombre examinó el terreno y antes de responder a sus hombres se quedó mirando las huellas.

—El pico, hay que seguir subiendo. Hay huellas pequeñas, deben ser de la chica; otras de botas, dos hombres y otro que arrastra los pies como si estuviera herido.

Muchos le llamaban el apache por su capacidad para interpretar las huellas y las señales en el campo. Eso le había convertido en uno de los mejores cazadores de la zona.

Ángel sonrió, nada le gustaba más que una buena caza.

Mientras los tres se alejaban de allí. Sara corría por su vida a unos pocos kilómetros de distancia.



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