La invenci?n del amor by Ovejero Jos?

La invenci?n del amor by Ovejero Jos?

autor:Ovejero, Jos? [Ovejero, Jos?]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


Llego a casa con Carina; he ido a recogerla a la parada del metro. En los escalones del portal hay sentados dos chinos. Casi siempre los encuentro delante de sus tiendas de ropa al por mayor que han invadido mi calle o, para ser preciso, que ya la habían invadido antes de que yo la considerase mi calle, fumando, hablando de tienda a tienda, escupiendo, y no sé, cada vez que los veo, si los he visto ya o son otros. Tampoco sé si los que están sentados en los escalones estaban allí sentados ayer y anteayer o son sus primos o sus hermanos. Al principio no los saludaba, me parecían provenir de un mundo ajeno con el que cualquier intento de comunicación sería imposible. Además, ninguno me miraba nunca a la cara ni sonreía o hacía un amago de saludo; en todo caso, si me estorbaban para entrar se corrían unos centímetros sin interrumpir su conversación y sin indicar de otra manera que se daban cuenta de mi presencia. Hasta que un día hice la prueba y dije «hola». Y desde entonces nos saludamos con esa palabra, que yo intento pronunciar como lo hacen ellos, en un tono ligeramente más agudo de lo que sería el mío, hola, hola, hola, ni una palabra más, y a mí me parece bien, como cuando decimos «ajá» por teléfono para que el otro sepa que seguimos ahí mientras monologa. «Hola», les digo, y los dos responden al unísono. Entro con Carina en el pasillo; el buzón de Samuel está abierto, con un montoncito de polvo de cemento sobre la portezuela abatible; también hay polvo desparramado en el suelo. Abro mi buzón sin hacer ningún comentario; tampoco Carina dice nada aunque se queda mirando el de Samuel; se adelanta a llamar al ascensor.

Cuando voy a cerrar la puerta del ascensor a mis espaldas se oyen pasos apresurados.

—¡Un momento!

Carina y yo tenemos que apretarnos hacia uno de los lados porque aunque en un pequeño cartel de metal dice «3 personas, 250 kilos», es difícil acoplar en su interior más de dos que no hayan alcanzado cierto grado de intimidad. Me giro noventa grados porque creo que así cabremos mejor los tres, de forma que Carina queda a mi lado, y encuentro ante mí la cara de un desconocido. Nos saludamos con un gesto de cabeza.

—¿A qué piso vais?

—Quinto.

Pulsa los botones del cuarto y del quinto y se gira hacia Carina por primera vez. Como es lógico, enseguida me asalta la sospecha. Y me lo confirma la expresión perpleja, inquieta, que se le pone al mirar a Carina. Hay algo, claro que sí, Samuel, algo en esa chica que te resulta conocido. Y por eso, aunque lo intentas, aunque procuras no ser demasiado indiscreto, tienes que girarte una y otra vez, tan sólo un poco, como si estuvieses mirando para otro sitio, pero en realidad es su cara la que estudias. ¿De qué te suena, Samuel? ¿Vas a caer en la cuenta de un momento a otro? ¿Estás viendo un fantasma encarnado en una desconocida? Yo, por mi lado, examino a Samuel.



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