La guerra olvidada by David Halberstam

La guerra olvidada by David Halberstam

autor:David Halberstam [Halberstam, David]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2007-09-01T04:00:00+00:00


FIGURA 11. Avance de las tropas de la ONU e invasión de Corea del Norte.

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Si hubo alguna paradoja especialmente lacerante en lo que sucedió a continuación, fue que las mismas dudas que los expertos en China del Departamento de Estado habían apuntado en sus informes (que habían irritado tanto al lobby chino) —no sólo su certidumbre de que el régimen de Chiang estaba a punto de caer, sino sus dudas sobre la lealtad a largo plazo de Mao a la Unión Soviética— eran compartidas nada menos que por Iosif Stalin. El dirigente soviético, la figura más importante del mundo comunista, el hombre que manipulaba hábilmente las necesidades y temores de sus dos aliados, la República Popular China y la República Popular Democrática de Corea, no confiaba demasiado en Mao. Prefería una Corea comunista unificada que le estuviera agradecida y dependiera estrechamente de él, a una Corea dividida. También deseaba una Corea tan fuerte como fuera posible frente a Japón, un país enemigo de Rusia desde hacía décadas y al que, estaba convencido, Estados Unidos comenzaría pronto a rearmar. Como desconfiaba de Mao, también estaba dispuesto a atizar las tensiones entre China y Estados Unidos, y una guerra entre ambos países le convenía enormemente.

En 1949 Iosif Stalin dominaba, como hemos dicho, todo el mundo comunista y llevaba más de un cuarto de siglo al frente de la Unión Soviética como único heredero superviviente de la revolución rusa. Otros líderes podrían haber sido más brillantes, más carismáticos, mejores oradores, estrategas más originales, pero él era el apparatchik por excelencia del partido y quien mejor parecía entender la verdad perdurable de aquella revolución: que en lo referente a la consolidación del poder —conservarlo y asegurarse de que ningún enemigo te pudiera hacer lo que acababas de hacerle—, lo que más importaba no eran las ideas sino el poder policial. En el mundo de la política, tal como la entendía Stalin, o cazabas o eras cazado.

Si tuvo éxito y sobrevivió fue porque era quien tenía menos ilusiones (y quizá la mayor paranoia), quien antes entendió cuándo había concluido la primera etapa de la revolución y había comenzado la segunda: la consolidación del poder. Supo reducir el sistema a su verdad más elemental: había enemigos por todas partes y había que aplastarlos, no sólo antes de que te atacaran, sino antes de que llegaran a pensar que debían o podían atacarte. Esa era su mayor fuerza, la oscuridad sin matices de su alma: entendió antes que los demás aquella verdad y emprendió su materialización con mayor sangre fría y menos restricciones morales que nadie.

Se puede considerar hasta cierto punto inevitable la rivalidad entre las dos superpotencias en los años posteriores a la segunda guerra mundial: se trataba de dos países esencialmente aislacionistas impulsados contra su voluntad al estatus de gran potencia, cuyos sistemas políticos y económicos diferían profundamente, cada uno de ellos con su propia tensión paranoide histórica y que vivían ahora en un mundo nuclear; pero un aspecto considerable de la tensión



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