La fragilidad del mundo by Joan-Carles Mèlich

La fragilidad del mundo by Joan-Carles Mèlich

autor:Joan-Carles Mèlich [Mèlich, Joan-Carles]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Filosofía
editor: ePubLibre
publicado: 2021-03-03T00:00:00+00:00


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La seducción de la técnica

Hemos conquistado la realidad y perdido el sueño.

ROBERT MUSIL,

El hombre sin atributos

En agosto de 1951, Martin Heidegger pronuncia en Darmstadt una conferencia titulada Construir, habitar, pensar[88]. En ella, el filósofo alemán nos ofrece las claves para responder a algunas de las preguntas fundamentales del presente ensayo. ¿En qué consiste habitar el mundo? ¿Qué relación hay entre existir y habitar? ¿En qué medida la dificultad de habitar nos hace repensar el sentido de nuestras vidas? ¿Qué significa habitar en tiempos de penuria, en tiempos precarios? Aunque Heidegger se dirigía a un auditorio constituido básicamente por arquitectos y gente interesada en el mundo de la construcción, su texto supone una reflexión antropológica de gran alcance.

La tesis es la siguiente: la esencia de la vida humana es «habitar» (wohnen), y «habitar» significa «cuidar». Heidegger recuerda que en alto alemán la palabra «construir» (buan) quería decir «habitar». Hemos perdido el significado propio de ese verbo, aunque algunos vocablos alemanes todavía conservan el viejo sentido, por ejemplo Nachbar («vecino»). Ahora bien, esa antigua palabra nos dice algo más, nos advierte acerca de la «esencia del habitar», señala en qué consiste habitar. Habitar, dice Heidegger, es ser en el mundo, existir, pero no existir de cualquier manera. Se trata de un existir que protege y que cuida, que cultiva y que preserva.

Las antiguas palabras wunon y wunian significaban «demorarse», «permanecer», «resguardar». El rasgo fundamental del habitar es «tener cuidado», en el sentido de «cuidar de». Los seres humanos «habitan» en la medida en que «cuidan el mundo». Cuidar el mundo es preservarlo, no es dominarlo ni subyugarlo. El habitar, entonces, tiene que ver con una relacionalidad cuidadosa y atenta. De nuevo abandonamos una definición sustancial o metafísica para situarnos en la radical relación. No se puede comprender lo que es el habitar si no es a partir del modo o la manera de entrar en relación con los otros, con las cosas y con el mundo. Y «entrar en relación con lo otro» es también hacer lo propio con uno mismo.

Lo otro está ahí afuera, pero no puedo relacionarme con ello si no es a través de mí mismo, y no puedo relacionarme conmigo mismo si no es a través de ello. Eso no nos debería llevar a pensar, en ningún caso, que lo otro es un alter ego o una especie de prótesis. Lo otro no es un apéndice de mí; es «lo radicalmente otro», pero sus huellas y sus traumas están inscritos en mi piel y en mis entrañas, hasta el punto de que no puedo deshacerme de ello sin hacer lo propio conmigo. Eso sucede porque lo otro (las cosas, los objetos y las obras) no puede explicarse desde la extensión o desde el espacio, ya que no es una res extensa. Es necesario poder pensarlo desde el tiempo, desde la ética[89].

Lo otro está inscrito en mi cuerpo porque inevitablemente su historia está atada a la mía. Quizá podría objetarse que eso no sucede siempre, y es probable que sea cierto.



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