La ciudad de Dios by San Augustin

La ciudad de Dios by San Augustin

autor:San Augustin [Augustin, San]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Religion et spiritualité
ISBN: 9791029900396
editor: FV Éditions
publicado: 2015-04-25T22:00:00+00:00


Así como estos que aun no poseen un espíritu vivificante, sino una alma viviente, se llaman cuerpos animales, no siendo almas, sino cuerpos, así se denominan espirituales aquellos cuerpos; con todo, de ninguna manera debemos creer que han de ser espíritus, sino cuerpos que han de tener substancia de carne, pero que no han de padecer con el espíritu vivificante imperfección ni corrupción carnal. Entonces el hombre no será más ya terreno, sino celestial, no porque el cuerpo que se formó de la tierra no será el mismo, sino porque, por don del cielo, será tal que convenga también para morar en el cielo, no por haber, perdido su naturaleza, sino por haber mudado de calidad. Al primer hombre, como era de la tierra terreno, le hizo Dios ánima viviente y no espíritu vivificante, lo cual se le reservaba que viniera a serlo por mérito de la obediencia. Por eso su cuerpo (que tenía necesidad de comer y de beber para no tener hambre y sed, y el árbol de la vida le guardaba de la necesidad de la muerte y le conservaba en la flor de la juventud, aunque no tuviera la inmortalidad absoluta e indisoluble) indudablemente no era espiritual, sino animal, aunque por ninguna razón muriera si no incurriera pecando en la sentencia con que Dios le había amenazado.

Y fuera del Paraíso, no faltándole los alimentos, pero no dejándole gustar del árbol de la vida, viniera a acabar más tarde, con el tiempo y la senectud, aquella vida, la cual, en el cuerpo, aunque animal (hasta que se hiciera espiritual por el mérito de la obediencia), pudo tener perpetua en el Paraíso, si no pecara. Por lo cual, aun cuando entendamos que juntamente les significó Dios esta muerte manifiesta con que se hace la división del alma y del cuerpo en el anatema con que rigurosamente les amenazó: «En el día que comiereis del árbol vedado moriréis de muerte>; no por eso debe parecer absurdo, porque no dejaron los cuerpos aquel mismo día en que comieron de la fruta vedada y mortífera. Pues desde este día se empeoró y corrompió la naturaleza, y quedando justamente excluida del árbol de la vida, se le siguió la necesidad de la muerte corporal, con cuyo fatal destino hemos nacido nosotros.

Por eso no nos dice el Apóstol que el cuerpo morirá por causa del pecado, sino que dice que «el cuerpo está muerto por causa del pecado, pero que el espíritu vive por la justificación.» Después prosigue y dice: «Mas si aquel espíritu que resucitó a Jesucristo de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Cristo de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales por el espíritu de Dios, que habita en vosotros.» Así que entonces tendrá espíritu vivificante el cuerpo que ahora tiene alma viviente, y, sin embargo, le llama el Apóstol muerto, porque está ya constituido en la dura necesidad de morir. Pero en el Paraíso, de tal modo tenía alma viviente, aunque no espíritu vivificante,



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