Hollywood Babilonia by Kenneth Anger

Hollywood Babilonia by Kenneth Anger

autor:Kenneth Anger
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Historia, Referencia
publicado: 2000-08-01T04:00:00+00:00


Saturno en Sunset

La gran ilusión dorada quedó hecha trizas el 29 de octubre de 1929. "Variety" lo describió de esta forma: WALL STREET PONE UN HUEVO.

Desde una perspectiva de veinte años, Mae Murray definió así a la Gente Dorada de Hollywood: "Éramos como libélulas. Parecía que estábamos suspendidos en el aire sin esfuerzo, pero en realidad nuestras alas se movían muy, muy aprisa…

Para muchos de los privilegiados, de por sí atemorizados por la llegada del sonoro, aquello parecía el Apocalipsis, el instante fatídico mentado por Solón: "Tenemos que saber cuándo llega el fin; a menudo Dios concede al hombre un relámpago de felicidad para sumergirlo a continuación en la ruina".

La caída de John Gilbert fue un caso extremo. Había sido el astro mejor pagado de 1928, percibiendo de la Metro Goldwyn Mayer diez mil dólares semanales desde que llegara al pináculo con El gran desfile. Cuando su idilio con Garbo se fue a pique, Gilbert, de rebote, contrajo nupcias con Ina Claire, una actriz de Broadway. Se encontraba de regreso de una luna de miel un tanto borrascosa en medio del Atlántico, cuando de pronto estalló la bomba.

Gilbert desembarcó en Nueva York y descubrió que se había arruinado. Como les ocurría a tantos otros hollywoodenses, su agente de bolsa le había invertido todo el capital en acciones, convirtiéndolo así en una víctima más de los avispados sujetos que se dedicaban a las inversiones y de los que Hollywood se hallaba infestado. (Más le habría valido dormir sobre su dinero —como lo hiciera Emil Jannings, quien durante su efímera carrera llegó a guardar doscientos mil dólares en metálico dentro de su almohada.)

John Gilbert todavía tenía con la Metro un contrato "irrompible" para cubrirse las espaldas, pero esto sólo fue un momentáneo alivio tras la aparición de su primer film sonoro —una fruslería titulada Su noche gloriosa— que alguien calificó de "abominable".

Cuando la película se estrenó en el Capitol de Nueva York, sus "hinchas" se removieron desconcertados en los asientos: una caricatura de su voz surgió a través de los altavoces como un hiriente quejido metálico. En realidad la atiplada voz de tenor de John no era tan mala. Prueba de ello la tenemos en una brillante comedia, Downstairs, interpretada y escrita por él en 1932, donde su dirección es perfecta. Pero el daño ya estaba hecho, y los periodistas y las revistas especializadas corrieron la voz de que Gilbert estaba acabado. Su estupenda actuación en Downstairs induce a dar crédito al rumor de que los ingenieros de sonido de la Metro Goldwyn Mayer, bajo las órdenes de L. B. Mayer (quien deseaba machacar la carrera de Gilbert y deshacerse de él), contribuyeron a su ruina, multiplicando por tres el volumen del sonido y castrando deliberadamente la voz de Gilbert.

John era un muchacho sencillo que había crecido acostumbrado al agasajo de sus admiradores. El súbito corte en esta relación fue muy duro para él. Su mujer le dio la puntilla. A medida que su incipiente estrellato se agrandaba en el Firmamento Sonoro gracias a una impecable dirección de Beacon Hill, el de Gilbert se derrumbaba.



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