Historia negra de la medicina by José-Alberto Palma

Historia negra de la medicina by José-Alberto Palma

autor:José-Alberto Palma [Palma, José-Alberto]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Ciudadela Libros
publicado: 2016-11-15T23:00:00+00:00


Figura 16. Ampollas de Humanol, preparación estéril de grasa humana

(Museo de la Farmacia Alemana, Heidelberg).

Sorprendentemente, a finales del siglo XIX la grasa humana se vendía en las farmacias alemanas bajo el nombre comercial de Humanol, una solución estéril para inyecciones utilizada para el tratamiento de cicatrices y desinfección de heridas. Hacia 1920 perdió popularidad debido a la baja tasa de éxitos y la incidencia de embolismos de grasa –la obstrucción de las arterias del cerebro debida a la llegada de grasa por el torrente sanguíneo–. Sin embargo, hasta la década de 1960, se comercializaron cremas para las arrugas (Hormocenta o Placentubex) que contenían grasa humana proveniente de placentas obtenidas en paritorios.

Con respecto a la tuberculosis, a partir del siglo XIX se prodigaron otros tratamientos menos agresivos, como el opio (del cual hablaremos en capítulos posteriores); y tanto Europa como Estados Unidos se llenaron de sanatorios antituberculosos, donde confiaban en el reposo y en el «buen aire» de las montañas para mejorar de la enfermedad, tal y como describió magistralmente Thomas Mann en La montaña mágica. Para aquellos pacientes con tuberculosis que tenían suficiente tiempo y dinero, el cambio de aires era altamente recomendado por los médicos. A pesar de ello, ningún tratamiento era eficaz para la infección y los pacientes se consumían poco a poco en sus ataques de tos sanguinolenta, quedando sin respiración hasta que sus debilitados cuerpos no podían más y perecían. Cuando el gran poeta –y médico fallido– John Keats tosió sangre escribió: «esta gota de sangre es mi sentencia de muerte». Keats decidió cambiar de aires; dejó su casa de Londres y buscó refugio en Roma. Pero desgraciadamente para Keats ya era demasiado tarde: murió de tuberculosis en la Ciudad Eterna en 1821 con solo 25 años. Su apartamento, que aún puede visitarse al lado de las escaleras de la Piazza di Spagna, fue fumigado y todos los muebles quemados con la esperanza de destruir la causa de la entonces misteriosa y mortal enfermedad.

Fue el 24 de marzo de 1882 cuando el médico Robert Koch identificó el bacilo responsable de la enfermedad (que desde entonces se llamaría, en su honor, bacilo de Koch). Este hallazgo inició las investigaciones para descubrir un tratamiento verdaderamente eficaz. Koch también determinó que el bacilo se transmitía a través del aire, por lo que los sanatorios comenzaron a aislar a los pacientes para evitar el contagio. Y fue, a partir de la década de 1950, cuando se extendió por todo el mundo el tratamiento con estreptomicina para curar definitivamente a los pacientes con tuberculosis.

El despacho de Selman Waksman, el microbiólogo de fama internacional al que se le atribuyó inicialmente el descubrimiento, se inundó de cartas de pacientes con tuberculosis curados y agradecidos. Le gustaba visitar los hospitales de todo el mundo donde se aplicaba su antibiótico mágico para ver con sus propios ojos los efectos que tenía en pacientes enfermos de tuberculosis. A nadie le sorprendió que, en 1952, se le otorgara el Premio Nobel de Medicina. El rey de Suecia se refirió a él como «uno de los mayores benefactores de la humanidad».



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