Heredero del Invierno by Mariela González

Heredero del Invierno by Mariela González

autor:Mariela González
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788494222542
editor: Carlinga Ediciones S.L.
publicado: 2016-09-15T00:00:00+00:00


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La Brisa del Este tenía poco de 'brisa 'y mucho de humo.

Apenas hubo entrado, un incipiente dolor de cabeza comenzó a atosigarle, motivado en gran medida por el cargado ambiente y el ruido. La planta baja estaba atestada de parroquianos que se contaban a voz en grito las novedades de la jornada. Syhaji pudo enterarse a la perfección, sin desearlo, de por cuánto había vendido su cargamento de huevos un tipo, o del desorbitado precio por el que había conseguido otro una pareja de mulas, antes de poder encontrar una mesa vacía en un rincón. Pidió un plato de coles, una cerveza y, por supuesto, una habitación.

Se preguntó, mientras comía con desgana, si Llyra y los demás podrían perdonarle. Quería poder terminar con todo aquello y regresar, por qué no. Pero se imaginaba que no debían de estar demasiado alegres en aquel momento. Había sido egoísta, injusto con ellos, no podía negarlo. Esperaba que pudieran comprender su decisión cuando volviera a verles; el motivo que le había espoleado a partir justo en aquel momento y no en otro. Y a hacerlo solo. No importaba lo que le hubiera dicho al Intruso. Por supuesto que quería protegerla...

Se sujetó un momento las sienes, suspiró. Definitivamente, su mente necesitaba el reposo o comenzaría a torturarse, una costumbre que estaba tratando de desterrar. Terminó la cena y se puso en pie. Lo hizo con parsimonia, pero con la suficiente rapidez como para poder cazar, durante un breve instante, aquella mirada fija en él a unas mesas de distancia.

Quizás había sido el cansancio. No era raro que los sentidos le jugaran malas pasadas al emplear su poder hasta el agotamiento. Pero su mente seguía alerta, susceptible a la menor llamada. El tipo que lo había mirado, o eso creía, era un hombre moreno, de rostro surcado a partes iguales por cicatrices y arrugas. Cuando notó que Syhaji advertía su interés, giró la cabeza y llamó a la camarera. A su lado se sentaban un par de hombres más con los que jugaba a los dados, pero no reparó en sus semblantes. Toda su atención se había concentrado en aquel extraño.

No hubo ningún gesto sospechoso más, sus ojos no volvieron a cruzarse. La alarma latía como un ente consciente en su interior, no obstante: vociferante. Deseó hacerla callar, pero su voluntad exhausta por aquel día no fue suficiente. Se acercó a la barra, el estómago encogido; llamó al Pacto, que se desperezó como un gato. El guantelete de la serpiente, que ocultaba bajo vendas en su muñeca, mordió con avidez. Sin ningún tipo de inquietud, el posadero aceptó los granos de trigo que Syhaji le colocó sobre el mostrador, que en aquel momento, y durante varias horas, vería como monedas normales y corrientes.

—Quédese con el cambio —murmuró.

Subió las escaleras y los peldaños le parecieron interminables; los pies parecían querer pegarse al suelo. La habitación estaba en la segunda planta. Tenía que ser la segunda planta, maldita sea. Más escalones, de repente aguijonazos en los tobillos.



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