Flor de mayo by Vicente Blasco Ibáñez

Flor de mayo by Vicente Blasco Ibáñez

autor:Vicente Blasco Ibáñez [Blasco Ibáñez, Vicente]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1895-01-01T05:00:00+00:00


VII

El producto de la aventura fueron unos doce mil reales, que el tío Mariano entregó al Retor pocos días después.

Algo más ganó el marido de Dolores: el aprecio de su tío, que le consideraba ahora hombre de pro y estaba satisfecho de haber sacado su parte sin grave riesgo, y también el elogio de la gente de la playa, enterada de su arriesgado viaje. La salida de las Columbretas resultaba un ardid gracioso. La escampavía había ido allá, a riesgo de anegarse, para no encontrar nada.

El Retor parecía aturdido por su buena fortuna. El producto del alijo, más los ahorros amasados peseta sobre peseta, que estaban escondidos donde él y Dolores sabían, formaban una bonita suma, con la que un hombre honrado podía meterse en «algo».

Y este «algo», ya se sabía, estaba en el mar, pues él no tenía el carácter de su tío para explotar, en tierra y descansado, la miseria de la pobre gente.

En el contrabando no debía pensar. Era bueno para una vez; como el juego, que siempre ayuda al principiante. No había que tentar al diablo. Para un hombre como él, lo mejor era la pesca, pero con medios propios, sin dejarse robar por los amos, que se quedan en casa, sacando la mejor parte.

Como consecuencia de estos razonamientos que rumiaba por la noche agitándose entre las sábanas y molestando a su Dolores, a la que no dejaba nunca de consultar, decidió invertir su capital en una barca; pero no una barca cualquiera, sino la mejor, si era posible, de todas cuantas se daban a la vela frente a la Casa dels bous.

Ya era hora, ¡rediél! No le verían más como marinero ni patrón alquilado. Sería amo de barca, y como distintivo de su rango plantaría a la puerta de su casa el mástil más alto que encontrase, para secar en la punta sus redes.

«Señores, sépanlo todos: el Retor va a hacer una barca, y Dolores la guapa, si va a la Pescadería ahora que es rica, venderá el pescado propio». Y las vecinas del barrio, comentadoras de tales noticias, al pasar por la acequia del Gas acercábanse a los tinglados de los calafates para contemplar con cierta envidia al Retor. Éste, mascullando su cigarro, pasaba el día entero vigilando a los carpinteros que aserraban y cortaban maderas amarillas, frescas y jugosas, unas rectas y fuertes, otras encorvadas y finas, para la nueva embarcación.

La faena se hacía con calma. Nada de precipitaciones ni de errores; no había prisa. Lo único que deseaba Pascualo es que su barca fuese la mejor del Cabañal.

Y mientras él se dedicaba en cuerpo y alma a la construcción de la barca, su hermano Tonet pasaba una de sus mejores temporadas con la parte que le había correspondido en el alijo, y que el bueno del Retor procuró hacer lo mayor posible.

En la vieja barraca donde se albergaban él y Rosario, con todo su miserable acompañamiento de rencillas, brutalidades y palizas, no se notó la menor abundancia después de la afortunada aventura.



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