Erec y Enide by Chrétien de Troyes

Erec y Enide by Chrétien de Troyes

autor:Chrétien de Troyes [Chrétien de Troyes]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1170-01-01T05:00:00+00:00


Aventura del rey Guivrete el Pequeño

Erec se va muy rápidamente por un camino bordeado de setos. A la salida del cercado, encontraron un puente levadizo delante de una alta torre cerrada por un muro y rodeada por un foso ancho y profundo. Pasaron el puente velozmente, pero no habían avanzado mucho, cuando de lo alto de la torre, los vio aquel que era el señor del lugar. De éste sabría decir que su cuerpo era muy pequeño, pero era valiente, de gran corazón. Cuando vio pasar a Erec, descendió al pie de la torre e hizo que pusieran la silla de leones de oro sobre su caballo destrero alazán. Luego manda que le traigan escudo y lanza resistente y fuerte, espada bruñida y cortante, yelmo claro y reluciente, loriga blanca y calzas de hierro, pues había visto pasar delante de sus lizas a un caballero armado, al que quiere cansar de armas o el otro le cansará a él, hasta que se agote. Cumplen su orden: un escudero le ha traído el caballo con la silla puesta, y embridado, y otro le trae las armas.

El caballero sale por medio de la puerta tan rápidamente como puede, completamente solo pues no había con él ningún compañero. Erec va por una pendiente. El caballero acorta camino colina abajo: va sobre un caballo tan fiero y que se movía con tal ímpetu, que bajo sus pies hacía crujir las piedras con más rapidez que la muela rompe el trigo, y por todos los lados salen claras chispas ardientes, pues parece como si sus cuatro pies estuvieran prendidos de fuego.

Enide oyó el ruido y la resonancia. Por poco no cayó de su palafrén desmayada y extenuada. En todo su cuerpo no hubo vena en la que no se removiera la sangre, y la cara se le puso pálida y blanca como si estuviera muerta. Se desespera mucho y está desconsolada, pues no se atreve a decírselo a su señor que mucho la ha amenazado y ordenado que se calle. Ambas cosas le disgustan y no sabe cuál escoger, si hablar o callar. Se aconseja a sí misma. Muchas veces se dispone a hablar de modo que la lengua se le mueve, pero la voz no le sale, pues de miedo aprieta los dientes y se le quedan dentro las palabras. Se atormenta y se tortura, cierra la boca, aprieta los dientes para que las palabras no salgan fuera. Gran lucha hay en ella y piensa:

—Estoy segura y sé con certeza qué terrible pérdida será si pierdo aquí a mi señor. ¿Se lo diré todo abiertamente? No. ¿Por qué? No me atreveré, pues mi señor se indignará, y si mi señor se indigna, me dejará en esta maleza, sola, desgraciada y perdida. Entonces seré más desdichada. ¿Más desgraciada? ¿Y qué me importa? Ni Dios ni el pesar me faltarán mientras viva, si mi señor no escapa de aquí completamente libre, de modo que no sea herido de muerte. Pero si no se lo cuento en



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