En Defensa de la Felicidad by Matthieu Ricard

En Defensa de la Felicidad by Matthieu Ricard

autor:Matthieu Ricard [Ricard, Matthieu]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Espiritualidad
editor: ePubLibre
publicado: 2003-01-01T05:00:00+00:00


Para algunos grandes personajes respetables —Théophile Gautier, Winston Churchill y Pierre Clostermann—[163], la pesca es fuente de las mayores alegrías. ¡Qué noble concepción de la felicidad compartida! No me cabe la menor duda de que no se han imaginado ni por un instante extraídos de su elemento vital por un gancho de hierro que les traspasara las mejillas y les desgarrara la garganta. Como escribe Churchill con tanta elevación: «Volvemos de pescar limpios, purificados…, rebosantes de una inmensa felicidad». Los peces estarán encantados de saberlo. En cuanto a Théophile Gautier, escribe sagazmente: «Nada calma las pasiones como esta diversión filosófica que los tontos ridiculizan como todo lo que no comprenden». Estoy seguro de que, entre los que han sufrido torturas comparables a las que se infligen a los animales, hay muchos tontos que no comprenden lo divertida que puede ser la filosofía.

Pierre Clostermann, que se suma a esas desoladoras invocaciones a la felicidad, tiene la bondad de soltar a sus presas «para que crezcan más prudentes en el futuro». En cierto modo, una forma de educar a palos. Comparto encantado con él la idea de que «no hay nada comparable a la plácida soledad sobre un estanque que despierta en un amanecer sin viento. La felicidad de remar lentamente entre la leve bruma del alba». Pero ¿por qué asociar a esa serenidad una actividad que, por naturaleza, produce placer matando a otros?

Estos distinguidos pescadores hacen gala de una visión de sentido único que resume elegantemente George Bernard Shaw: «Cuando un hombre mata a un tigre, es un héroe; cuando un tigre mata a un hombre, es una animal feroz». Y concluye: «Los animales son mis amigos, y yo no me como a mis amigos». En 2001, algunos casos de bañistas imprudentes atacados en Florida por tiburones ocuparon las portadas de la prensa sensacionalista norteamericana, donde aparecieron titulares como este: «¡Los tiburones asesinos atacan!».

Ese año perecieron veinticinco personas en el mundo por haber tenido la desgracia de cruzarse en el camino de un tiburón que iba de caza. El mismo año, los hombres mataron cien millones de tiburones. El derecho a la felicidad del más filósofo, ¿no? «No sea ridículo, no se puede comparar eso con la pesca del gobio», objetará usted. Es una simple cuestión de cantidad.



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