Eldest by Christopher Paolini

Eldest by Christopher Paolini

autor:Christopher Paolini
La lengua: spa
Format: epub, mobi
publicado: 2005-10-01T04:00:00+00:00


Resurgir

Un estallido de viento voraz arrancó a Eragon del sueño.

Las mantas se agitaron sobre su cuerpo cuando la tempestad soltó un zarpazo a su habitación, lanzando sus propiedades por el aire y las antorchas contra las paredes. Fuera, el cielo estaba lleno de nubarrones negros.

Saphira miró a Eragon y éste se levantó a trompicones y luchó por mantener el equilibrio mientras el árbol se cimbreaba como un barco en alta mar. Bajó la cabeza para defenderse de la galerna y anduvo en torno a la habitación pegándose a las paredes hasta que llegó al portal en forma de lágrima por el que rugía la tormenta.

Eragon miró hacia abajo, más allá del agitado suelo. Parecía que se balanceara. Tragó Saliva y se esforzó por ignorar el remolino del estómago.

Tanteando, encontró el borde de la membrana de tela que, al desencajarse de la pared, tapaba la apertura. Se preparó para saltar por encima del agujero, de un lado a otro. Si resbalaba, nada podría evitar que cayera hasta las raíces del árbol.

Espera —dijo Saphira.

Salió del bajo pedestal en que dormía y estiró a su lado la cola para que pudiera usarla de pasamanos.

Eragon sostuvo la tela sólo con la mano derecha, lo cual consumía todas sus fuerzas, y fue tirando de la línea de púas de la cola de Saphira para pasar el portal. En cuanto llegó al otro lado, agarró la tela con las dos manos y presionó el borde contra la ranura de sujeción. La habitación quedó en silencio.

La membrana se hinchó hacia dentro bajo la fuerza de los rabiosos elementos, pero no parecía que fuera a ceder. Eragon la tocó con un dedo. La tela estaba tensa como un tambor.

Qué cosas tan asombrosas hacen los elfos —dijo.

Saphira alzó la cabeza y luego estiró el cuello para pegarla al techo mientras escuchaba con atención.

Será mejor que cierres el estudio: está quedando destrozado.

Cuando se dirigía hacia la escalera, el árbol se agitó y a Eragon le flaquearon las piernas y cayó de rodillas.

—Maldita sea —gruñó.

El estudio era un remolino de papeles y plumas que volaban como dardos, como si tuvieran voluntad propia. Se metió en aquel revoloteo, cubriéndose la cabeza con ambos brazos. Cuando lo golpeaban las puntas de las plumas, era como si alguien lo estuviera acribillando con piedras.

Eragon se esforzó por cerrar el portal superior sin la ayuda de Saphira. En cuanto lo consiguió, el dolor —un dolor infinito que le aturdía la mente— le desgarró la espalda.

Soltó un grito y puso en él tanta fuerza que se quedó ronco. Se le tiñó la visión de rojo y amarillo, y luego se desplomó de lado y lo vio todo negro. Abajo se oía el aullido de frustración de Saphira; el hueco de la escalera era demasiado pequeño y hacía demasiado viento para que pudiera alcanzarlo desde fuera. Su conexión con ella flojeó. Se rindió a la expectante oscuridad y encontró en ella el alivio de su agonía.

Un sabor amargo llenaba la boca de Eragon cuando se despertó. No sabía



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