Elantris by Brandon Sanderson

Elantris by Brandon Sanderson

autor:Brandon Sanderson
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Fantasía
publicado: 2005-04-21T04:00:00+00:00


22

Raoden avanzó poco a poco, y se asomó lentamente a la esquina. Tendría que haber estado sudando; de hecho, no paraba de secarse la frente, aunque el movimiento no hacía más que extender negra mugre de Elantris por su cara. Le temblaban las rodillas cuando se apoyó en la decrépita verja de madera, escrutando ansiosamente el cruce, atento al peligro.

—¡Sule, detrás de ti!

Raoden se volvió sorprendido de la advertencia de Galladon, resbaló en el empedrado mugriento y cayó al suelo. La caída lo salvó. Mientras intentaba sujetarse, sintió que algo cortaba el aire sobre él. El loco que le atacaba aulló de frustración al ver que fallaba y su golpe alcanzó la verja, esparciendo trozos de madera podrida por el aire.

Raoden trató de ponerse en pie. El loco se movía mucho más rápidamente. Calvo y casi desnudo, el hombre aulló mientras se abría paso por lo que quedaba de la verja, gruñendo y destrozando la madera como un sabueso rabioso.

El tablón de Galladon lo alcanzó directamente en la cara. Entonces, mientras estaba aturdido, Galladon agarró una piedra y la aplastó contra su sien. El loco se desplomó y no volvió a levantarse. Galladon se enderezó.

—Parece que cada vez son más fuertes, sule —dijo, dejando caer la piedra—. Casi parecen ajenos al dolor. ¿Kolo?

Raoden asintió, tranquilizándose.

—No han podido capturar a un recién llegado desde hace semanas. Se están desesperando, y cada vez se hunden más en su brutalidad. He oído hablar de guerreros que se enfervorizan tanto durante el combate que ignoran incluso las heridas mortales.

Raoden hizo una pausa mientras Galladon empujaba el cuerpo de su atacante con un palo para asegurarse de que no estaba fingiendo.

—Tal vez han descubierto el secreto definitivo para calmar el dolor —dijo Raoden en voz baja.

—Todo lo que tienen que hacer es renunciar a su humanidad —respondió Galladon, sacudiendo la cabeza mientras continuaban caminando por lo que antes fuera el mercado de Elantris. Dejaron atrás montañas de metal oxidado y baldosas rotas cubiertas de aones. Una vez aquellos restos habían producido efectos maravillosos, y su poderosa magia valía precios desorbitados. Ahora eran poco más que obstáculos que había que esquivar para que no se astillaran bajo los pies.

—Tendríamos que haber traído a Saolin —murmuró Galladon.

Raoden negó con la cabeza.

—Saolin es un guerrero maravilloso y un buen hombre, pero carece completamente de sigilo. Incluso yo puedo oírlo acercarse. Además, hubiese insistido en traer a un grupo de guardias. Se niega a creer que puedo protegerme solo.

Galladon miró al loco caído y luego a Raoden con una sonrisa sardónica.

—Lo que tú digas, sule.

Raoden sonrió levemente.

—Muy bien —admitió—, tal vez hubiese sido útil. Sin embargo, sus hombres habrían insistido en mimarme. Sinceramente, creía haber dejado atrás ese tipo de cosas, en el palacio de mi madre.

—Los hombres protegen lo que consideran importante —dijo Galladon, encogiéndose de hombros—. Si no querías que lo hicieran no tendrías que haberte vuelto tan imprescindible. ¿Kolo?

—De acuerdo —dijo Raoden con un suspiro—. Vamos.

Guardaron silencio mientras continuaban su incursión. Galladon había protestado durante horas cuando Raoden le explicó su plan de infiltrarse y enfrentarse a Shaor.



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