El vagabundo de las estrellas (ed. Nórdica) by Jack London

El vagabundo de las estrellas (ed. Nórdica) by Jack London

autor:Jack London
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Drama, Filosófico, Psicológico
publicado: 1915-01-01T00:00:00+00:00


¡No, no, fuera de aquí! Pues el cuenco embriagador

volverá a enfrentar mi alma a su cabal decisión

de no gustar tal brebaje. ¡Mas esperad, buen amigo!

¿Podríais decirme acaso dónde venden buen vino?

¿Cómo es eso? ¿Allí decís? ¿Justo detrás de aquel pino?

Que la suerte os acompañe, pues yo hacia él me encamino.

Hendrik Hamel, intrigante y astuto, siempre me animaba e incitaba a que continuara aquella extraña carrera por conseguir los favores de Kim, no solo para mí, sino, a través de mí, para sí mismo y para toda la compañía. Menciono a Hendrik Hamel como mi consejero porque tuvo mucho que ver con lo que aconteció en Keijo para ganar los favores de Yunsan, el corazón de lady Om y la indulgencia del emperador. Yo poseía la determinación y la valentía necesarias para llevar a cabo el juego que tenía entre manos; pero, para ser sincero, debo admitir que la mayor parte de la astucia que requería provenía de los consejos de Hendrik Hamel.

Viajamos hasta Keijo, cruzando una ciudad amurallada tras otra, a través de nevadas tierras montañosas pobladas de innumerables valles fértiles. Y cada tarde, a la caída del sol, las señales de humo de las hogueras se extendían por las cimas a lo largo de todo el país. Kim siempre observaba este despliegue nocturno. Desde las costas de Cho-Sen, me explicó, se extendían aquellas cadenas de fuego hasta Keijo, llevando su mensaje al emperador. Una hoguera significaba que el territorio se encontraba en paz; dos significaban sublevación o invasión. Nunca vimos más de una. Y Vandervoot, que cerraba la marcha, siempre preguntándose «Dios de los cielos, ¿ahora qué?».

Finalmente llegamos a Keijo, una enorme ciudad donde toda la población, a excepción de los nobles o yang-bans, vestía de blanco. Kim me explicó que eso servía para conocer de manera inmediata la casta de cada cual. De ese modo, de un vistazo, se podía conocer la posición social de una persona por el grado de limpieza o suciedad de sus vestimentas. Era de esperar que un criado, sin otra ropa que la que llevaba puesta, fuera extremadamente sucio. Del mismo modo, un individuo con ropajes de un blanco inmaculado tendría seguramente muchos atuendos y lavanderas que así los mantuvieran. Los yang-bans, cuya ropa estaba tejida con sedas de tonos claros, estaban excluidos de tales normas.

Tras descansar en una posada durante varios días, tiempo que utilizamos para lavar nuestras vestimentas y curar las heridas causadas por el naufragio y el viaje, se nos llamó ante la presencia del emperador. En la gran plaza ante la muralla del palacio había colosales perros tallados en piedra que más bien parecían tortugas, agazapados sobre enormes pedestales, también de piedra, que medían dos veces la estatura de un hombre alto. Los muros del palacio eran descomunales y estaban hechos de piedra, tan gruesos que podían desafiar las embestidas durante todo un año del más poderoso de los cañones. La entrada tenía ella sola el tamaño de un palacio y se alzaba en forma de pagoda, con diferentes niveles, todos ellos con tejados de bellas baldosas.



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