El sabueso de los Baskerville (Ed. ilustrada) by Arthur Conan Doyle

El sabueso de los Baskerville (Ed. ilustrada) by Arthur Conan Doyle

autor:Arthur Conan Doyle [Doyle, Arthur Conan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1902-03-31T16:00:00+00:00


»—Mire, Barrymore —dijo sir Henry con gran firmeza—: estamos decididos a que nos diga usted la verdad, de manera que se ahorrará molestias sincerándose cuanto antes. ¡Vamos! ¡Basta de mentiras! ¿Qué hacía usted junto a esa ventana?

»El mayordomo nos miró con aire desvalido y se retorció las manos como alguien que se halla al límite de la duda y del sufrimiento.

»—No hacía nada malo, señor. Sólo estaba delante de la ventana con una vela encendida.

»—Y, ¿por qué estaba usted con una vela encendida delante de la ventana?

»—No me lo pregunte, sir Henry, ¡no me lo pregunte! Le doy mi palabra de que el secreto no me pertenece y no me es posible decírselo. Si sólo dependiera de mí no trataría de ocultárselo.

»De repente se me ocurrió una idea y recogí la vela del alféizar donde la había dejado el mayordomo.

»—Debe de servirle como señal —dije—. Veamos si hay respuesta.

»Sostuve la vela como lo había hecho él, al mismo tiempo que escudriñaba la oscuridad exterior. Como las nubes ocultaban la luna, sólo distinguía vagamente la hilera de árboles y la tonalidad más clara del páramo. Pero enseguida se me escapó un grito de júbilo, porque un puntito de luz amarilla había traspasado de repente el oscuro velo y después siguió brillando de manera uniforme en el centro del rectángulo negro que enmarcaba la ventana.

»—¡Ahí está! —exclamé.

»—No, señor, no; no es nada…, nada en absoluto —intervino el mayordomo—. Le aseguro que…

»—¡Mueva la luz de un lado a otro de la ventana Watson! —exclamó el baronet—. ¿Ve? ¡La otra también se mueve! ¿Qué nos dice ahora, bribón? ¿Sigue negando que es una señal? ¡Vamos, hable! ¿Quién es su compinche y qué fechoría es la que se traen entre manos?

»La expresión de Barrymore se hizo desafiante.

»—Es asunto mío y no suyo. No se lo diré.

»—En ese caso deja usted de estar a mi servicio ahora mismo.

»—Muy bien, señor. Si así ha de ser, así será.

»—Y se marcha deshonrado. Por todos los demonios, ¡tiene usted motivos para avergonzarse de sí mismo! Su familia ha vivido con la mía durante más de cien años bajo este techo, y he aquí que lo encuentro metido hasta el cuello en alguna siniestra intriga en contra mía.

»—¡No, señor, no! ¡No en contra de usted!

»Era la voz de una mujer: la señora Barrymore, más pálida y más asustada aún que su marido, se hallaba junto a la puerta. Su voluminosa figura, envuelta en un chal y una falda, podría haber resultado cómica de no ser por la intensidad de los sentimientos que se leían en su rostro.

»—Tenemos que marcharnos, Eliza. Esto es el fin. Ya puedes hacer el equipaje —dijo el mayordomo.

»—¡John, John! ¿Voy a ser yo la causa de tu ruina? Todo es obra mía, sir Henry…, yo soy la responsable. Todo lo que ha hecho lo ha hecho por mí y porque yo se lo he pedido.

»—¡Hable, entonces! ¿Qué significa todo esto?

»—Mi desgraciado hermano se está muriendo de hambre en el páramo. No podemos dejarlo perecer a las puertas mismas de nuestra casa.



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