El Primer Naufragio by Pedro J. Ramírez

El Primer Naufragio by Pedro J. Ramírez

autor:Pedro J. Ramírez [Ramírez, Pedro J.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2011-04-23T04:00:00+00:00


DIECIOCHO

«Es verdad que hemos vencido, pero ¿de qué sirve una victoria obtenida a costa de las mayores humillaciones? ¿No pronostica grandes derrotas?», se preguntaba Valazé en la carta que escribió a sus electores del Departamento del Orne ese domingo 14 de abril.[134] Sus enemigos compartían desde luego la sensación de que la de los moderados había sido una victoria pírrica. Según Le Journal Français, cuando al cabo de veintiuna horas de sesión ininterrumpida los miembros de la Convención evacuaron la Sala del Manège bien pasadas las siete de la mañana, «la Montaña y las tribunas se dieron sus adioses, lanzando los sombreros al aire en señal de regocijo; una y otra parte juraron no abandonar al pobre Marat».[135]

Fue un domingo de resaca, sólo interrumpido en las calles de París por la Fiesta de la Hospitalidad dedicada a los refugiados de Lieja, que desfilaron al mediodía con sus banderas y sus archivos, arropados por un solemne y abigarrado cortejo que partió de la plaza de la Bastilla, con las autoridades recubiertas de sus echarpes, unidades militares como los Húsares de la Libertad y, cómo no, el busto de Bruto entre sus iconos procesionales.

La Convención celebró una corta sesión dedicada a los asuntos de trámite y, pese a tratarse del día de la semana de más asistencia y ebullición, el acta del Club de los Jacobinos de esa noche no refleja otras huellas de la crisis política abierta sino la lectura e impresión de las palabras de Dubois-Crancé al justificar su voto contra la acusación a Marat —presagiando su triunfal regreso al recinto parlamentario— y la queja de Lévasseur de que Gorsas le había dado un bastonazo cuando propuso que también se enviara al doctor Salle a la Abadía.

Todo indica, sin embargo, que esa tarde y noche debió de funcionar la coordinación entre el club de la calle Saint-Honoré, la Comuna municipal y la Asamblea del Arzobispado para ultimar el gran contraataque indiscretamente desvelado por Desmoulins. No en vano la iniciativa de transformar la petición de la Halle-au-Blé en un texto más respetuoso con la legalidad y más consistente en sus planteamientos había partido de Robespierre; y no en vano los Jacobinos habían designado el miércoles anterior una delegación, encabezada por Dubuisson, para ocuparse de la «nueva redacción».

La sesión del lunes 15 comenzó con una extravagante propuesta del próspero comerciante montagnard Lecointre de Versalles para que «una docena de hombres de cada lado», los más polémicos y cuestionados, abandonaran voluntariamente sus escaños en pro de la concordia. Sin apenas hacerle caso se retomó el debate constitucional, pues ya habían transcurrido los dos meses de impasse decretados tras el abortado proyecto de Condorcet. La primera discusión se centró en si debía abordarse primero una nueva Declaración de Derechos del Hombre o lo pertinente era pasar directamente al articulado. Robespierre sostenía lo primero, alegando que «la discusión de la Constitución que debe establecer la felicidad del pueblo es un acto religioso», que «es preciso proclamar los derechos eternos del hombre» y que «el legislador eterno nos contempla».



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