El odio no muere by Lou Carrigan

El odio no muere by Lou Carrigan

autor:Lou Carrigan
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
publicado: 1982-12-31T23:00:00+00:00


CAPÍTULO V

Levi Linder apareció en la salita, portando las cosas de Mahler, cuando Veronique estaba taponando las heridas de H. E. Fawer con trozos de sábana. Las ropas del israelita estaban sucias y desordenadas por su contacto con las cañerías, que había utilizado no sólo para bajar, sino para subir.

—El sujeto ha muerto —dijo—. Se ha roto el cuello. Debía estar loco para intentar escapar de ese modo. Traigo sus cosas. ¿Qué tal Fawer?

—Quizá se salve. ¿Nadie se ha dado cuenta de nada?

—Parece ser que no.

Se miraron, desconcertados pero satisfechos. Levi dejó las cosas de Mahler sobre la mesita, junto al teléfono, y señaló éste.

—¿Llamo a Ransis?

—No por teléfono. Utilice mi radio.

—Es decir, que él nos ha estado oyendo todo el tiempo mientras usted y yo nos comunicábamos cuando nos relevábamos para seguir a Fawer.

—Claro —le miró ella—. ¿Le sorprende eso?

—No. Habrá que llevarse a Fawer de aquí. Al otro lo he escondido entre unas cajas, en el patio.

—Dígale a Ransis que tenemos en esta dirección un XR-8.

—Oh. ¿Y eso qué es?

—Vamos, Levi, déjese de tonterías.

—Tiene razón. Llamaré a monsieur Ransis. Ya me dirá luego en qué consiste ese XR 8.

* * *

El XR-8 consistía en la retirada lo más discreta posible de un herido tras ser examinado por dos médicos que fueron los primeros en llegar, con toda naturalidad. Efectuaron una primera cura y nuevos taponamientos a Fawer, que seguía inconsciente, y, al parecer convencidos de que el transporte no le iba a perjudicar más en su estado, lo dejaron en manos de cuatro hombres que lo empaquetaron con dos mantas, cubriéndole incluso la cabeza, y lo bajaron con todo cuidado a la calle, donde esperaba una furgoneta de gran capacidad con las puertas abiertas, y en la que ya esperaban los dos médicos. Éstos y dos de los hombres se fueron con la furgoneta. Los otros dos subieron al apartamento de Mahler, cruzándose con algunos vecinos que, ya de regreso a sus domicilios, ahora sí querían saber qué ocurría, sin conseguirlo.

Arriba, Ransis estaba hablando con Veronique y Levi mientras examinaba las pertenencias de Karl Mahler. El pasaporte de éste, una buena falsificación, era francés, a nombre de René Lombier. Lo demás no valía la pena.

Y cuando Ransis miró a Veronique ésta movió la cabeza negativamente.

—Levi ha registrado el apartamento mientras yo cuidaba a Fawer: no hay nada aquí.

—Está el teléfono —dijo Levi—. Ese hombre iba a llamar cuando nosotros llegamos. Es decir, ya estaba llamando, marcando el número.

—¿Nos servirá eso de algo? —Gruñó Ransis.

—Podría ser. Pero habría que limpiar la zona, como si aquí no hubiera ocurrido nada.

—¿Cree que alguien vendrá al no recibir la llamada de Mahler?

—Sólo tenemos eso —encogió los hombros Levi—: lo tomamos o lo dejamos, monsieur. Yo lo tomaría.

—¿Veronique? —Miró a ésta Ransis.

—Yo también —asintió la rubia—. No tenemos nada más.

—Maldita sea…, —se lamentó Ransis—. ¡Si Fawer hubiera sido sincero con nosotros esto no habría ocurrido, y tendríamos vivo a ese Mahler!

—Yo habría hecho lo mismo que Fawer —dijo suavemente Veronique—: lo dejamos fuera en la visita al edificio, y él nos dejó fuera en esto.



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