El dólar lo puede todo by Ralph Barby

El dólar lo puede todo by Ralph Barby

autor:Ralph Barby
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Aventuras, Novela
publicado: 1977-12-31T23:00:00+00:00


CAPÍTULO V

El funcionario indochino, honorable Letse Fuwong, se hallaba en su cottage solo y nervioso.

El cottage se ubicaba a las afueras de la ciudad, en una elegante urbanización proyectada al estilo americano y diseñada asimismo por un americano y para americanos que residían en el área.

Los orientales económicamente poderosos habían querido apoderarse de la urbanización y poco a poco lo estaban consiguiendo. A medida que llegaban más indochinos como propietarios de los cottages, los americanos se marchaban a otra urbanización o regresaban a los Estados Unidos, ya que lentamente las cosas se ponían dificultosas en Asia, tras la derrota de Vietnam.

El cottage no era grande y en aquellos instantes no había en él nadie del servicio. Letse Fuwong se hallaba solo en aquella mansión de estilo arquitectónico indochino con la funcionalidad y el confort americano.

El salón era amplio y su decoración, exótica para un americano y también para un indochino, ya que los americanos adulteraban el estilo en la ornamentación. Deseaban que fuera de un estilo local pero se engañaban porque lo exigían a su gusto y entonces, todo quedaba falseado. Era como decorar un chalet español, del Norte o del Este, con trajes de torero confeccionados por un sueco; mas, lo que no podía negarse era su confortabilidad y la armonía de colores.

Pensativo, Fuwong se quedó observando el pequeño altar religioso. Era austero y presidido por una imagen incomprensible para un occidental, A ambos lados de la figura, sendas tablillas con grafías indochinas puestas en vertical. Una mecha sumergida en aceite aromático permanecía encendida, iluminando la extraña estatuilla.

Al alcance de sus pies había un almohadón que le servía para arrodillarse y orar ante el altar. A su derecha, en la pared, colgaba una hermosa panoplia con tres dagas orientales distintas entre sí y por su aspecto cabía deducir que no eran vulgares imitaciones artesanas para turistas, sino piezas auténticas, cargadas de años, de historia y valor.

El sonido del llamador electrónico de campanillas le arrancó del ensimismamiento en el que se sumergiera por breves instantes.

Caminó hacia la puerta y se detuvo frente a la pantalla de videófono. Pulsó dos botones y la pantalla se iluminó, apareciendo un rostro que conocía y que semejó mirarle directamente a través de la ventana electrónica.

—Vamos, abra, sé que me está mirando.

Letse Fuwong pulsó otro botón y la puerta del jardín que circundaba el cottage se abrió de forma electrónica. A pie penetró un individuo alto, vestido con camisa azul oscuro y pantalón negro. Llevaba un portafolios marrón en la mano. Era oriental, no llegaría a los treinta años y su cráneo aparecía completamente rasurado. Todo él transpiraba fuerza, agilidad y seguridad en sí mismo. Si había que ponerle una analogía con un animal de aquel área del mundo, cabría compararlo con un tigre.

Era un hombre que cualquiera, al toparse con él, se daba cuenta de que debía temerle. Su actitud no engañaba, era un predador nato y nadie podía tomarle por un cordero; evidentemente, él tampoco lo pretendía.

La puerta del jardín se cerró automáticamente



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