El criterio by Jaime Balmes

El criterio by Jaime Balmes

autor:Jaime Balmes [Balmes, Jaime]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Filosofía
editor: ePubLibre
publicado: 1844-12-31T16:00:00+00:00


§ IV

Don Marcelino: sus cambios políticos

Don Marcelino acaba de salir de unas elecciones en que los partidarios han luchado en tremenda batalla. La fuerza muscular ha tenido también su voto; se han blandido puñales, se han menudeado los garrotazos, la campanilla del presidente ha resonado entre el ruido de voces estentóreas y de pulmones de bronce. Don Mareelino pertenece al partido derrotado y ha tenido que salvarse a escape. Lo que es valor, ya se ve, no le faltaba; pero ha sido preciso no olvidar las consideraciones de prudencia y decoro.

La desagradable impresión no se le borrará en algunos días, y es notable que ella basta para echar a perder sus ideas liberales. «Desengáñense ustedes, señores —dice con el tono de la más profunda convicción—: esto es una farsa, un absurdo; nos hemos empeñado en una barbaridad; no hay más remedio que un brazo fuerte; el absolutismo tiene sus inconvenientes, pero del mal el menos. El gobierno representativo, el gobierno de la razón ilustrada y de la voluntad libre es muy hermoso en las páginas de las obras de derecho constitucional y en los artículos de periódicos, pero en la realidad no medran más que la intriga, la inmoralidad y, sobre todo, la impudencia, y la audacia. Yo ya estoy desengañado y he palpado bien aquello de: Otros vendrán que me abonarán».

A consecuencia de los disturbios, la autoridad militar toma una actitud imponente, declara el estado de sitio, la Constitución se suspende, los revoltosos se amedrentan y la ciudad recobra su calma. Don Marcelino, puede entregarse sin recelo a sus paseos ordinarios; reina la mayor seguridad de día como de noche, y así el cuitado elector va olvidando la escena de los campanillazos, gritos, garrotes y puñales.

Ocúrresele entretanto hacer un viaje y necesita su pasaporte. A la entrada de la casa de la policía hay numerosa guardia de tropa; D. Marcelino se va a entrar por la primera puerta que se le ofrece, y el granadero le dice: «Atrás». Encamínase a la otra, y el centinela le grita en alta y destemplada voz: «Paisano, la capa». Quítase el embozo, prosigue algo mohíno, y los esbirros que se resienten de la rigidez gubernativa le dicen en ademán descortés: «No vaya usted tan aprisa, aguarde usted su turno». Llegado a la mesa, el oficial le dirige mil preguntas investigadoras, le mira de pies a cabeza, como si sospechase que el pobre D. Marcelino es uno de los jefes del motín del otro día. Al fin le entrega el pasaporte con ademán desdeñoso, baja la cabeza y no se digna devolver el saludo que el viajero le dirige con afabilidad y cortesía.

El paciente se marcha muy disgustado, pero no piensa que aquella escena haya debido modificar sus opiniones políticas. Reúnese con sus amigos; la conversación gira sobre las últimas ocurrencias, y se eleva poco a poco hasta la región de las teorías de gobierno. Don Marcelino ya no será el absolutista del otro día.

—¡Qué escándalo —dice uno de los circunstantes—; yo no puedo recordarlo sin detestar esas trampas!

—Ciertamente —responde D.



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