El crimen de Asunta by Cruz Morcillo

El crimen de Asunta by Cruz Morcillo

autor:Cruz Morcillo [Cruz Morcillo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Ciencias sociales
publicado: 2014-11-17T22:00:00+00:00


Capítulo VIII

DE LA ÓPERA DE VIENA

A LA PRISIÓN DE TEIXEIRO

Nada más cruzar el portalón metálico de la cárcel de Teixeiro el 27 de septiembre, el médico de guardia examinó a los dos nuevos huéspedes como marca el protocolo. Rosario Porto contó al facultativo que padecía depresión desde el 31 de julio. Desde esa fecha tomaba Fluoxetina y Lorazepam, recetados por Ramiro Touriño, el psiquiatra privado al que había acudido. No se drogaba ni lo había hecho nunca. Fumaba unos diez cigarros al día desde hacía unos treinta años, nunca delante de su hija, y de vez en cuando tomaba alcohol. Nada extraordinario. Rosario Porto estaba orientada y colaboró con el doctor, quien advirtió y dejó por escrito el alto nivel de ansiedad que presentaba la presa. No paró de llorar durante la entrevista. Le prescribió seguir el mismo tratamiento y propuso a la prisión que la incluyera en el programa de prevención de suicidios, es decir, que dos internas velaran sus días y sus noches para evitar que se hiciera daño a sí misma, y que sus movimientos en el centro fueran restringidos.

El médico de la prisión ya estaba al tanto de los antecedentes de la nueva interna, pero no con el detalle que semanas después conocería el juez. Arrastraba un largo historial de visitas a psiquiatras con una peculiaridad: su inconstancia. O abandonaba los tratamientos o daba la espalda al médico y elegía a otro. Casi cuatro años antes de que apareciera el cadáver de Asunta y ella entrara en prisión como posible autora, estuvo dos días ingresada en el sanatorio mental La Robleda de Santiago, a consecuencia de «ansiedad generalizada e ideación suicida en probable relación con trastorno de ánimo de carácter depresivo». La atendieron dos psiquiatras y una psicóloga. Pese al diagnóstico, pidió el alta voluntaria.

«No me voy a adaptar aquí. Esto no va conmigo», le dijo a la psicóloga. No salió de su habitación en esas dos jornadas, no se relacionó con nadie. Se quejó por tener que compartir habitación y porque su compañera roncaba. «Me siento agotada, duermo fatal, llevo mal un mes y medio, pero ya ha ocurrido en más ocasiones. Tengo ideas suicidas en el último año, me tomé pastillas y acabé en el hospital. Fue una llamada de atención. Solo buscaba el cariño de mi gente. Mis padres son para darles de comer aparte. Estoy muy irritable con mi hija, me molesta. Un día me arreglo y otro no. No quiero estar en casa, no quiero pensar en qué le voy a dar de comer a mi hija o a mi marido. Donde mejor estoy es en la cama».

Los médicos de La Robleda escucharon y preguntaron a la paciente. El diagnóstico depresivo parecía claro. Charo, abatida, ambivalente en sus sentimientos, habló de su pasado, de toda su vida, de su peculiar relación con su madre, a la que quería superar constantemente. Siempre se había sentido desatendida, pese a ser hija única. Estudió Derecho, una carrera que nunca le había gustado: lo que en realidad le apasionaba era la psicología.



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