El club de los supervivientes y el asalto al castillo de Hindenburg by Arturo del Burgo

El club de los supervivientes y el asalto al castillo de Hindenburg by Arturo del Burgo

autor:Arturo del Burgo
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Juvenil, Novela, Acción
publicado: 2015-11-01T23:00:00+00:00


21

Triste castigo

Se cerró la puerta y se hizo la oscuridad. Ronnie acababa de ser conducido a una de las famosas y temidas celdas de castigo. La conversación con el comandante Hans no había sido precisamente agradable. Éste le había gritado, zarandeado e incluso golpeado (aunque, ciertamente, después de la bienvenida que le brindaron ya no había golpe alguno que le pudiera doler en el cuerpo). Quería saber cómo había conseguido controlar así a los animales, qué les había dicho o hecho para que no cumplieran las órdenes.

-Los animales sólo quieren que se les trate con cariño, señor. Necesitan sentir que les importas. Sólo así te haces respetar. Sin respeto ni cariño los animales pueden hacer lo que les digas, pero nunca te obedecerán de verdad.

-¡Niñato malcriado! –Ronnie asumió la bofetada sin derrumbarse-. ¿Quién te has creído que eres? ¡Llevadlo inmediatamente a la celda de castigo antes de que acabe con él! ¡Y que no vuelva a tener el menor contacto con los animales!, ¿habéis entendido? –gritó a dos soldados apostados en la puerta. Entonces, se percató de la presencia de Peter y dijo-: Y, por favor, llevaos también a este… sujeto.

Ni que decir tiene que a Peter no le gustó mucho el comentario, pero no tenía intención de abrir la boca ante un hombre como Hans.

Después de aquello, les condujeron con rapidez a la celda sin llegar a poner los pies en el suelo durante el trayecto. Bajaron por una escalera de piedra en forma de caracol a lo que parecían las antiguas mazmorras del Castillo. Olía a piedra vieja, a humo de antorcha y al aroma de la humedad. Realmente, pensó Ronnie con cierta ironía, olía como en casa. La escalera conducía a dos pasillos. De inmediato se encaminaron hacia uno de ellos, aunque al capitán le dio tiempo en una fracción de segundo para ver adónde conducía el otro.

Se oyó a lo lejos, por un momento, el llanto inconsolable de algún niño, y a juzgar por el sonido, debía de tratarse de uno de los más pequeños. ¿Sería allí donde aquellas bestias les escondían? Apenas pudo ver una puerta, aunque fue tan rápido que no le dio tiempo a fijarse con detalle. Y fue en ese mismo momento cuando se acordó de su hermano. Si alguna vez el pequeño caía en manos de los alemanes, ése sería su destino. Al menos, se consoló pensando que ahora estaría en las mejores manos y que nadie en el club le habría contado el cruel destino de su hermano mayor, porque de poco iba a servir con su corta edad.

Al capitán ya no le dolían los golpes ni los malos tratos; poco a poco, un sentimiento de rabia iba circulando por sus venas. No podía a permitir todo aquello, tenía que hacer algo.

En el club siempre habían evitado hablar de Hidenburg. Sabían que era un lugar espantoso, el lamento de cientos de niños, pero lo encontraban fuera de su alcance. En alguna ocasión, se habían planteado seriamente planificar un asalto, pero la escasez de medios y la falta de formación adecuada les había hecho abandonar la idea.



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