El club de los siete secretos by Enid Blyton

El club de los siete secretos by Enid Blyton

autor:Enid Blyton [Blyton, Enid]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 1949-01-01T05:00:00+00:00


—No van hacia la puerta principal —dijo Colín—, cosa que ya suponía, sino que dan la vuelta a la casa. Después de pasar ante la puerta lateral por la que vimos aparecer ayer al guarda, terminan en la parte posterior, ante la puerta de la cocina.

—Esto es rarísimo —dijo Peter—. ¿Para qué darían la vuelta hasta la puerta de la cocina, teniendo más cerca la entrada principal y esa otra por la que sale y entra el guarda? Mirad: todas las huellas terminan aquí, ante la cocina; se ven las señales de dos pares de zapatos distintos y esas extrañas marcas redondas y profundas.

Trataron de abrir la puerta de la cocina, pero fue inútil: estaba cerrada con llave. Miraron por la ventana y no vieron a nadie. Lo que vieron fue unos cuantos utensilios de cocina, muy pocos, un fogón de gas, una escurridera con tres o cuatro platos y una escoba apoyada en la fregadera.

—El guarda debe de utilizar esta cocina —dijo Jack—, aunque, como vimos, hace la vida en una de las habitaciones laterales.

—¡Cuidado, que viene! —gritó Peter.

El viejo apareció en la cocina y, al ver a los tres muchachos atisbando tras los cristales de la ventana, corrió a abrirla.

—¡Si buscáis a vuestro perro, lo encontraréis al otro lado de la casa! ¡Ya podéis ir por él y salir de aquí! ¡No quiero ver niños en esta casa! ¡Sólo servís para romper cristales!

—¡No, no! —exclamó Jack a voz en grito para que el viejo sordo pudiera oírle—. ¡Palabra que no haremos nada malo! ¡Nos marcharemos tan pronto como atrapemos al perro! ¡Y créanos que sentimos mucho que se haya colado!

—¿No se siente usted muy solo? —le preguntó Colin, también a grandes voces—. ¿No tiene miedo a los ladrones?

—No, no tengo miedo a nadie —gruñó el viejo—. No me separo nunca del garrote. Además, aquí no hay nada que robar.

Peter aprovechó la ocasión para tirar de la lengua al guarda y averiguar si sabía algo de lo sucedido.

—Sin embargo —dijo—, alguien debió de llegar anoche hasta la puerta trasera.

Y señaló las huellas marcadas en la nieve.

El viejo sacó la cabeza por la ventana e inspeccionó el blanco suelo.

—¡Aquí no hay más huellas que las que habéis dejado vosotros al meteros en casa ajena! —refunfuñó.

—Esas huellas que usted ve no son nuestras, sino de los malhechores que entraron anoche aquí —replicó Peter, mientras tres pares de ojos infantiles se fijaban en el rostro del guarda, con la esperanza de descubrir un indicio de turbación.

—Queréis asustarme, pero no lo conseguiréis. ¡Y sabed que no me hacen ninguna gracia vuestras bromas!

—¡Palabra que no queremos asustarle! —dijo Peter—. ¿De veras no oyó usted nada anoche? Entonces, si entraran ladrones, no los oiría.

—Desde luego, soy sordo —reconoció el viejo—, pero, ahora que sacáis esto a relucir, recuerdo que anoche me pareció oír un ruido extraño.

Los tres muchachos apenas respiraban, a fin de no perder detalle.

Tenían los nervios en tensión.

—¿Qué es lo que oyó? —preguntó Jack con voz ahogada por la emoción.

El viejo no se dio cuenta de la tensión de los niños.



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