Deprimencia by Elmer Ruddenskjrik

Deprimencia by Elmer Ruddenskjrik

autor:Elmer Ruddenskjrik [Ruddenskjrik, Elmer]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2013-10-18T04:00:00+00:00


¡Guerra!

Para cuando alcanzó a ver la casa de la que con tantas ganas había huido, ya era prácticamente de noche. Le había costado mucho orientarse en el yermo de hierba seca y árboles desnudos, todo le era igual mirara donde mirara. Los últimos rayos rojos del sol teñían la parte trasera de la casa del cálido color de la sangre, el resto convertido en una oscura silueta que la deprimía, según se aproximaba desde el lado noroeste de la casa. Desde luego que había dado un largo rodeo, dejando muy atrás el lugar. Pero eso le había dado tiempo de pensar.

No se podía decir, y de eso se daba cuenta ella sola, que el Lobo hubiera sido muy conciso en su pretendida orientación de lo que tenía ella que hacer. Apenas si había usado vagas insinuaciones a las que ella no estaba acostumbrada a atender. Simplemente le faltaba práctica, para nada era la «tarada» que tanto le llamaban Histerancia y Repelencio. Realmente, no sabía qué iba a ocurrir o qué iba a hacer a partir de ahora, pero no pensaba seguir siendo apática…

Rodeó la casa pegada a la pared norte, pasando la mano sobre la madera astillada de los tablones unidos con argamasa. Se clavó pequeños trocitos afilados, algunos se quedaron enganchados en su tierna piel. Se miró la palma sin dejar de caminar. Dolor. No la impresionaba, no le afectaba. Estaba segura de que eso no era nada comparado con lo que estaba por llegar.

Llegó ante la puerta y empujó sin más ceremonia. Se abrió, nadie se había molestado en poner los cerrojos tras su precipitada salida. El interior estaba impregnado como siempre de aquella atmósfera pegajosa y asfixiante, y un intenso olor húmedo y podrido se había unido al acostumbrado arder rancio de la caldera. La casa estaba iluminada tan solo por el fulgor encarnado y disperso que apenas si se colaba a través de los sucios cristales de las ventanas. Todo era silencio.

Avanzó un poco por el estrecho pasillo de entrada, que enlazaba transversalmente con el que comunicaba con su habitación, la de sus padrastros, la cocina y el cuarto de baño. Se asomó lentamente, mirando en dirección a la puerta donde había descubierto a aquellos dos tan «ocupados». Se decidió a ir hacia allí, sin miedo, pero sin querer descubrir su regreso, andando de puntillas y muy despacio. El resto de puertas, salvo la de la cocina, estaban cerradas, como siempre. Histerancia siempre se empeñaba en mantenerlas todas cerradas, quizá ella misma hubiera hecho su ronda de cerrar puertas, moviéndose a toda prisa sobre sus ridículas zapatillas de alzas como poseída de un frenesí maniático. Bueno, sin el «como»…

Pero no, desde luego que ella no había hecho eso. Deprimencia abrió la puerta del cuarto de Histerancia y Repelencio, y allí mismo la encontró.

Estaba prácticamente en la misma postura en que la tenía Repelencio bajo todo su peso, aún encajada en el hueco que ambos habían formado en el colchón. Deprimencia se acercó lentamente y tiró del



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