De repente en lo profundo del bosque by Amos Oz

De repente en lo profundo del bosque by Amos Oz

autor:Amos Oz
La lengua: es
Format: mobi, epub
ISBN: 9789875665255
editor: Debolsillo
publicado: 2009-11-01T22:00:00+00:00


17

Después de dudarlo un rato, Mati decidió que lo mejor era sentarse a esperar a Maya ahí, al pie de esa piedra que se parecía un poco a una gran hacha: porque ¿qué pasaría si iba a buscarla? Tal vez mientras tanto ella volvía por otro camino. Y si no le encontraba allí, podía comenzar de nuevo a dar vueltas, a buscarle por el bosque y a perderse por las lomas, y se estarían buscando mutuamente hasta que todo estuviese oscuro. Se sentó con la espalda apoyada en la roca-hacha y esperó esforzándose todo lo que pudo en oír algo y en captar cualquier susurro o rumor.

Desde ahí, desde arriba, todo el bosque le parecía un telón gigantesco y oscuro, salpicado de manchas de color verde luminoso, verde moteado, verde grisáceo, verde amarillento y verde oscuro que tendía casi al negro.

A lo lejos, en las profundidades que se abrían a sus pies, los ojos de Mati buscaron los tejados de las casas del pueblo, pero el pueblo había desaparecido. Mati se imaginó por un instante la plantación de árboles frutales de Almón el pescador. Vio con claridad en su imaginación el huerto y hasta el espantapájaros en los bancales. Y pudo ver también al viejo pescador pasando por allí lentamente, suspirando, caminando renqueante entre los bancales hacia la mesa que tenía en el huerto, añorando a Zito, su perro, a los jilgueros y a los peces, y hasta a la carcoma que roía por las noches los muebles de su habitación. Seguro que mientras caminaba iba riñendo con el espantapájaros o discutiendo consigo mismo, y seguro que no le faltaban respuestas, que estaría musitando alguna respuesta victoriosa bajo su espeso bigote canoso. Y allí, no muy lejos de las ruinas, la maestra Emmanuela estaba sola tendiendo la ropa en la cuerda del patio situado detrás de su cabaña. Mati sabía por las cotillas del pueblo, todo el mundo lo sabía, que la maestra Emmanuela, una mujer ya no muy joven, llevaba años intentando conquistar a los hombres del pueblo, libres o casados, jóvenes y no tan jóvenes. Pero en todo el pueblo no había ni un hombre que mostrara interés por ella. Algunas veces Mati también se había unido a los que se burlaban de ella y le ponían feos motes. Pero ahora se arrepentía de eso: la soledad y la desesperación de la maestra Emmanuela le parecían tristes y angustiosas.

Cuando pensó en la callejuela que estaba debajo de la casa de sus padres, Mati se imaginó a Danir el tejero y a sus dos ayudantes montados en el caballete de un tejado, martilleando y riéndose porque habían conseguido llevar con los tres martillos el ritmo de una alegre marcha.

Y también se imaginó a Solina la modista parada en medio del paseo e inclinada sobre el carrito de su marido inválido, quizás para colocarle las mantas o para cambiarle los pañales mojados, o quizás sólo para acariciarle la cabeza cubierta de un pelo canoso y ralo, mientras Guinom, desde lo



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