Cucho by José Luis Olaizola

Cucho by José Luis Olaizola

autor:José Luis Olaizola [Olaizola, José Luis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Infantil
editor: ePubLibre
publicado: 1982-12-31T16:00:00+00:00


—Bueno, pues ya volveré mañana a ver si se ha puesto bueno.

El enano movió la cabeza, con pesimismo:

—Lo del tío Ambrosio no va para un día, ni para un mes. Va para largo.' Si es que vuelve…

—A mí me dijo —le explicó Cucho— que en la primavera se pondría bueno.

Al enano, dentro de su tristeza, le asomó una sonrisa, y comentó:

—Eso es lo que quisiéramos todos. Ponernos buenos en primavera…

A Cucho no se le ocurría nada más que decir, y se despidió. Pero el zapatero le llamó:

—¡Oye! ¿Pero no te llevas el carro?

El chico se encogió de hombros; no sabía si se lo podía llevar o no, pero el zapatero le dijo que se lo llevara y que ya arreglaría cuentas con el tío Ambrosio cuando volviera…, si es que volvía.

A PARTIR de aquel día comenzó un nuevo modo de trabajar para Cucho, porque cuando, por la noche, volvió al sotanillo para dejar el carro, se lo encontró todo cerrado, incluso la zapatería del señor Román. Como no estaba dispuesto a dejar el carro en medio de la calle, lo único que se le ocurrió fue llevárselo a su casa y guardarlo en el portal.

Al día siguiente se lo contó al «Langosta» y a éste le pareció muy bien lo que había hecho. Cucho pensaba —aunque no se lo decía a nadie— que, después de la abuela, al que más quería en este mundo era al «Langosta». Porque desde que se había hecho cargo del puesto de chucherías, el peludo había trasladado su tenderete de collares junto al carro y le aconsejaba en todo lo que tenía que hacer.

Por ejemplo, desde que se quedó con el carro, le recomendó que vendiera, también, tabaco y cerillas. Y fue un acierto, pues muchos padres que se acercaban con sus hijos compraban tabaco.

Además, el «Langosta» le decía qué precio tenía que poner al paquete, y solía ser un duro más de lo que costaba en el estanco.

El «Langosta» tenía novia. A Cucho le parecía muy fea, pero era simpatiquísima. Muchos días ayudaba a su novio en la venta.

Cómo serían de amigos, que algunas noches, cuando acababan, solían cenar en la casa de la calle de la Luna, y el «Langosta» y su novia, que se llamaba Malena, decían que madame Petroska era la mejor cocinera del mundo. Lo decían porque como el «Langosta» estaba acostumbrado a comer a base de bocadillos de mortadela, los guisos de la abuela le parecían deliciosos.

El «Langosta» le acompañó un día a ver a Román, el zapatero, para que no pensara que Cucho se había quedado con el carro. Fueron una tarde y, aunque la zapatería estaba cerrada, el «Langosta» supo dónde encontrarlo, pues conocía a todos los que trabajaban alrededor de la Plaza de España. Por eso sabía que el enano estaría en un bar cercano, como de costumbre.

Encontraron al zapatero muy alegre; le pareció muy bien todo lo que le contaron. Le explicaron que estaban guardando la parte del dinero que le correspondía al tío Ambrosio.



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