Copperhead by Bernard Cornwell

Copperhead by Bernard Cornwell

autor:Bernard Cornwell [Cornwell, Bernard]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Bélico, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1994-01-01T05:00:00+00:00


* * *

Hyde House, la residencia del hombre anciano, ocupaba una parcela triangular en el lugar en que Brook Avenue cortaba en diagonal la cuadrícula de las calles de Richmond. La parcela estaba rodeada por un muro alto de ladrillo recubierto por una capa de piedra blanca picada, por encima del cual sobresalía una profusión de árboles y flores. En el interior de aquel jardín descuidado se alzaba un edificio de tres pisos al que se accedía por una verja metálica rematada por pinchos. La mansión, señorial en tiempos, contaba con galerías exteriores alrededor de los tres pisos y una fachada provista de un porche ornamentado bajo el que podían resguardarse los carruajes. No llovía, pero al aire matutino todo lo que rodeaba la casa parecía rezumar humedad. Incluso las elegantes enredaderas que se enroscaban en los balaústres de las galerías goteaban desconsoladas, y las mismas balaustradas de las galerías aparecían despintadas y agrietadas. Los escalones de madera por los que el anciano condujo a Starbuck hasta la puerta estaban verdosos y podridos. Una esclava abrió la puerta principal barnizada un instante antes de que el anciano fuera a chocar derechamente contra sus pesadas hojas.

—Este es el capitán Starbuck —ladró el anciano a la bonita joven que había abierto la puerta—. Enséñale su habitación. ¿Está preparado su baño?

—Sí, massa.

El anciano consultó su reloj.

—Desayunaremos dentro de cuarenta y cinco minutos. Martha le indicará dónde. ¡Vaya!

—¿Señor? —se dirigió Martha a Starbuck mientras le indicaba que la siguiera hacia las escaleras.

Starbuck no había pronunciado una sola palabra durante el viaje, pero ahora, rodeado por los repentinos y decadentes lujos de aquella vieja mansión, sintió desvanecerse toda su confianza.

—¿Señor? —dijo a la espalda del anciano.

—¡Desayunaremos dentro de cuarenta y cinco minutos! —bramó furioso el anciano, y desapareció por la puerta.

—¿Señor? —repitió Martha, y Starbuck siguió a la muchacha escaleras arriba hasta un dormitorio amplio y abarrotado de muebles. La habitación había sido elegante en tiempos, pero ahora el papel de la pared mostraba manchas de humedad y la alfombra estaba descolorida y comida por las polillas. Cubría la cama una colcha algo raída sobre la cual, extendido con tanto cuidado como si fuera un elegante traje de etiqueta, estaba el uniforme confederado de Starbuck. La guerrera había sido lavada y zurcida, la correa del cinto cepillada hasta sacar brillo y las botas, sujetas con hormas al pie de la cama, habían sido limpiadas y enceradas. Incluso el gabán de Oliver Wendell Holmes estaba allí. La esclava abrió otra puerta y le condujo a un pequeño vestidor donde una cuba de baño humeaba delante de un fuego de carbón.

—¿Quiere que me quede, massa? —preguntó Martha con timidez.

—No. No.

Starbuck apenas podía creer lo que le estaba ocurriendo. Paseó por el vestidor e introdujo con tiento una mano en el agua. Estaba tan caliente que a duras penas pudo soportarla. Una pila de toallas blancas esperaba sobre una silla de mimbre, mientras que sobre un estante y junto a un cuenco de porcelana blanca se alineaban una navaja de afeitar, jabón y una brocha.



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