Conan de Aquilonia by Howard Robert E

Conan de Aquilonia by Howard Robert E

autor:Howard, Robert E. [Howard, Robert E.]
Format: epub
Tags: General Interest
publicado: 2009-12-28T09:16:54+00:00


12. La bestia negra mata

La piedra rechinó, y el grueso portal ubicado en el pecho de la Esfinge Negra se abrió. En el umbral se destacaba la poderosa figura de Conan de Cimmeria; la luz de su antorcha centelleaba sobre la cota de malla y se reflejaba como sobre un espejo en la superficie de su desnuda espada. Tras él se agolpaban el príncipe Conn, el conde Trocero y el druida Diviátix, que todavía empuñaba el Corazón de Ahrimán.Afuera, las estrellas se iban haciendo cada vez mas débiles en el este, y el cielo había aclarado visiblemen te. Las colosales extremidades delanteras del monstruo de piedra, semejantes a las patas de un perro, se separaban del cuerpo en ángulos ligeramente divergentes. Cada zarpa era dos veces más grande que un hombre. Más allá de éstas se extendían las dunas, y se veían aquí y allá espinas de camello y matas de pasto seco.

Nada se movía en el ángulo formado por las patas delanteras de la estatua, ni en el desierto que se veía a lo lejos. Sin embargo, desde otra dirección llegaba el estrépito propio de una gran fuerza armada: el crujido de las monturas, el ruido metálico de las armas, los relinchos y pataleos de los caballos, los gruñidos de los camellos, el murmullo de los hombres. Por encima de todos estos ruidos resonaba la voz del general estigio, que impartía órdenes a sus unidades y las exhortaba a ser valientes y a aniquilar a los inmundos extranjeros adoradores de dioses perversos. Su áspera voz gutural resonaba en la oscuridad.

Conan apoyó el oído en el portal.

–Nos están persiguiendo -dijo con un suspiro, mien tras el suelo trepidaba bajo la mole del monstruo con cabeza de hiena-. Thoth-Amon debe de haber congre gado a todo el maldito ejército estigio. Si corremos ha cia el campamento y nos ven, será lo último…

Las vibraciones se fueron intensificando. Detrás de la Esfinge Negra se oía la llamada de las trompetas y el sonido de los timbales de las tropas que allí se oculta ban. Los estigios estaban preparados para el combate.

–Seguidme -murmuró Conan, arrojando la antor cha sobre la arena para apagar la pequeña y humeante llama que aún le quedaba.

El rey condujo a sus camaradas a lo largo de la sen da que había entre las separadas patas delanteras de la estatua. Detrás de ellos, y en la abertura del pecho de la esfinge, apareció una forma que se movía en la oscuridad. En la boca misma del gran túnel que conducía a las criptas inmemoriales apareció la masa de un ser vivo y horripilante, que miraba de reojo, babeando. Era enorme; su tamaño igualaba al de medio centenar de leones. El monstruo escudriñaba la negrura y husmeaba en el aire del amanecer.

Tras echar un vistazo a sus espaldas, Conan y sus seguidores huyeron precipitadamente.

–¡Hacia esa zanja! – ordenó Conan en voz baja, se ñalando con un gesto-. Puede ser que no nos vea.

Se lanzaron a toda velocidad a la zanja que el cim merio les había mostrado, y se acurrucaron sin atreverse casi a respirar.



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