Cantos seleccionados by Giacomo Leopardi

Cantos seleccionados by Giacomo Leopardi

autor:Giacomo Leopardi [Leopardi, Giacomo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Poesía, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1831-01-01T00:00:00+00:00


Canto nocturno de un pastor errante de Asia

¿Qué haces, luna, en el cielo? Dime, ¿qué haces

silenciosa luna?

Surges de noche y vas

contemplando los desiertos, y luego te paras.

¿Aún no estás cansada

de recorrer los caminos del cielo?

¿Es que aún no te cansas ni te hastías

de mirar estos valles?

Se parece tu vida

a la del pastor.

Sale con la primera luz

y conduce el rebaño por el campo; ve

majadas, prados, fuentes.

Después, cansado, reposa de noche.

Otra cosa no espera nunca.

Dime, oh luna, ¿de qué le sirve

su vida al pastor,

y a ti la tuya? Dime, ¿adónde tiende

este vagar mío, tan breve,

y tu curso inmortal?

Viejo canoso, enfermo,

descalzo y casi sin vestido,

con la pesada carga a las espaldas,

por valles y montañas,

por rocas y por playas y por brañas,

al viento, con tormenta, cuando abrasa

la hora y cuando hiela

corre, corre anhelante,

cruza estanques, torrentes,

cae, se levanta y se apresura siempre,

sin reposo ni paz,

herido, ensangrentado; hasta que llega

allá donde el camino

y donde tanto afán al fin se acaba:

horrible, inmenso abismo

donde al precipitarse todo olvida.

Oh, virgen luna,

así es la vida mortal.

Al dolor nace el hombre

y ya hay riesgo de muerte en el nacer.

Es la pena, el tormento,

lo que, desde el principio, va probando.

Y los padres empiezan

a consolarle por haber nacido.

Y luego, cuando crece,

uno y otro le sostienen, y así, por siempre,

con palabras y actos,

procuran darle ánimo

y consolarle de su estado humano:

porque no existe más grata tarea

de padres con sus hijos.

Pero, ¿por qué alumbrar,

por qué mantener vivo

a aquel que, por nacer, es necesario consolar?

Si la vida es desventura,

¿por qué continuamos soportándola?

Intacta luna, tal

es el mortal estado.

Pero tú mortal no eres

y acaso cuanto digo no te importe.

Tú, solitaria, eterna peregrina,

tan pensativa, acaso bien comprendas

este vivir terreno,

nuestra agonía y nuestros sufrimientos;

acaso sabrás bien de este morir, de esta suprema

palidez del semblante,

y faltar de la tierra, y alejarse

de habitual y amorosa compañía.

Y tú, seguro que comprendes

el porqué de las cosas, y ves el fruto

del alba y de la noche,

del callado e infinito fluir del tiempo.

Sin duda sabes a qué dulce amor

sonríe la primavera,

a qué ayuda el verano y qué procura

con sus hielos el invierno.

Mil cosas sabes y otras mil descubres

que al sencillo pastor le están prohibidas.

A veces, si te miro

tan silenciosa, encima del desierto llano,

que allá, en el horizonte lejano, cierra el cielo;

o bien, con mi rebaño,

seguirme poco a poco; o cuando veo

arder allá en el cielo las estrellas,

pensativo me digo:

«¿Para qué tantas estrellas?

¿Qué hace el aire infinito, la profunda

serenidad sin fin? ¿Qué significa esta

inmensa soledad? ¿Y yo qué soy?».

Conmigo así razono y de este espacio

soberbio, ilimitado,

de esta familia innumerable,

adivinar no sé la utilidad, el fruto,

después de tanto afán, del movimiento

de cada cosa terrena y celeste

girando sin reposo

para volver allá donde surgieron.

Pero en verdad —oh doncella inmortal—

tú sí lo sabes todo.

Yo sólo sé y comprendo

que de los eternos giros

y de mi frágil ser,

bien y goce

otro hallará; mi vida es mal tan sólo.

Oh, rebaño mío que reposas, oh tú, dichoso,

acaso ignorando tu miseria.

¡Cuánta envidia te tengo!

No sólo porque de afanes

te encuentras casi libre;

y todo sufrimiento, todo daño,

cada temor extremo, pronto olvidas,

acaso porque nunca sientes tedio.

Reposando a la sombra, en la hierba,

estás dichoso y sosegado;

y la mayoría del año

vives en tal estado, sin molestia.



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