Buenaventura by Antonio Aparicio

Buenaventura by Antonio Aparicio

autor:Antonio Aparicio [Aparicio, Antonio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2015-02-05T05:00:00+00:00


22

El émbolo con el líquido color coñac se deslizó con suavidad y entró despacio en el organismo de doña Rosario. La anciana profirió un gemido de débil protesta desde lo más profundo de algún lugar de su inconsciencia. Don Manuel retiró con el rostro contrito la aguja hipodérmica con la misma suavidad con la que le había administrado aquel denso líquido. En el lugar del pinchazo había dejado un cardenal considerable de color morado amarillento que le daba un aspecto marchito.

Alguien abrió la puerta del dormitorio y una figura alta se recortó bajo el umbral de la puerta. Poco antes, don Manuel había ordenado a Sagrario que corriera las cortinas de los grandes ventanales. Apenas una estrecha franja de luz vespertina se colaba en el dormitorio.

Don Manuel se giró para ver quién había entrado en la habitación, aunque por la forma de hacerlo ya supiera de quién se trataba. Diego Carreño, con su aspecto de hombre abatido por las circunstancias, cerró la puerta y se acercó con paso taciturno hasta la cama de doña Rosario. Don Manuel miró con una mueca de satisfacción al administrador, casi esbozó una ligera sonrisa.

—Tienes mal aspecto.

Carreño lo miró brevemente y luego se llevó la mano a la frente con gesto distraído.

—¿Cómo está? —murmuró con lo que parecía un tremendo esfuerzo.

Don Manuel negó con gesto desesperanzador.

—Le ha subido la fiebre y, según Sagrario, esta mañana se ha despertado delirando.

—¿Ha dicho algo?

—¿Algo como qué? —preguntó don Manuel con los ojos entornados.

—Algo como algo —rumió Carreño irritado.

—Nada racional, si es a eso a lo que te refieres.

Carreño se giró sobre sus talones y se dirigió hacia uno de los ventanales, parecía agobiado y se pasó el dedo índice por el cuello de la camisa para destensarlo. Era como si la corbata lo oprimiera más de lo habitual.

—¿Por qué está todo tan cerrado?

—No quiero que nada del exterior la perturbe.

—Ya.

Carreño descorrió una de las cortinas hasta dejar visible una parte de la ventana.

La tarde era oscura y los nubarrones en el horizonte habían adquirido una textura gomosa y un color violáceo sucio. Don Manuel suspiró ruidosamente y, a continuación, cogió la jeringuilla, la desmontó con esmerada lentitud, la limpió cuidadosamente con una gamuza de color granate que parecía destinada a tal fin y guardó todo el conjunto convenientemente colocado en un estuche de piel de color negro con apliques plateados.

—¿Cómo está?

Carreño permanecía con un brazo apoyado sobre un cuarterón de la ventana, mirando ensimismado a Florián, que trabajaba en un arriate de rosas blancas y amarillas.

—Se va recuperando. —Giró el cuello como movido por un impulso y agregó—: Es una chica fuerte a pesar de tener esa apariencia tan frágil. —La mirada de Carreño parecía tener un componente provocativo.

Don Manuel sonrió con sus finos labios apretados. También entrelazó sus pequeñas manos con fuerza en un gesto de contención a lo que él suponía una provocación.

—Y otra cosa de la que también me he dado cuenta —añadió Carreño con tono animado—, creo que es de esa clase de personas que no renuncian cuando tienen un propósito.



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