Baudolino by Umberto Eco

Baudolino by Umberto Eco

autor:Umberto Eco [Eco, Umberto]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2000-07-15T04:00:00+00:00


23

Baudolino en la tercera cruzada

Cuando sobre Constantinopla cayó la oscuridad, se pusieron en camino. Era una comitiva densa, pero aquellos días varias bandas de ciudadanos que se habían quedado sin casa se desplazaban como almas perdidas de un punto a otro de la ciudad para buscar un soportal donde pasar la noche. Baudolino había dejado su atuendo de crucífero porque, si alguien lo hubiera parado preguntándole quién era su señor, habría tenido problemas. Delante de ellos caminaban Pèvere, Boiamondo, Grillo y Taraburlo, con aire de quien hace el mismo camino por pura casualidad. Pero miraban a su alrededor en todas las esquinas, y empuñaban bajo el sayo sus buenos cuchillos recién afilados.

Poco antes de llegar a Santa Sofía, un insolente con los ojos azules y largos bigotes amarillos se había abalanzado hacia el grupo, había tomado de la mano a una de las muchachas, por muy fea y picada de viruelas que pareciera, intentando arrastrarla consigo. Baudolino se dijo que había llegado el momento de dar batalla, y los genoveses con él, pero Nicetas tuvo una idea mejor. Había visto un grupo de caballeros que llegaban por esa calle y se arrojó de rodillas en su dirección pidiendo justicia y piedad, apelando a su honor. Probablemente eran hombres del dux, que la emprendieron a cimbronazos con el bárbaro, lo echaron de allí y devolvieron la muchacha a su familia.

Después del Hipódromo, los genoveses eligieron las calles más seguras: callejones estrechos, donde las casas estaban todas quemadas o mostraban signos evidentes de un saqueo minucioso. Los peregrinos, si todavía buscaban algo que robar, estaban en otro lugar. Entrada la noche superaron las murallas de Teodosio. Allá esperaba el resto de los genoveses con las acémilas. Se despidieron de sus protectores, entre muchos abrazos y buenos deseos, y se pusieron en camino por una vereda de campo, bajo un cielo de primavera, con una luna casi llena en el horizonte. Llegaba del mar lejano una brisa ligera. Todos habían descansado durante el día y el viaje no parecía cansar ni siquiera a la mujer de Nicetas. Pero fatigadísimo estaba él, que jadeaba a cada brinco de su animal, y cada media hora pedía a los demás que lo dejaran detenerse un poco.

—Has comido demasiado, señor Nicetas —le decía Baudolino.

—¿Habrías negado a un exiliado las últimas dulzuras de su patria moribunda? —respondía Nicetas. Luego buscaba un peñasco o un tronco de árbol caído sobre el cual acomodarse—. Es por el ansia de conocer la continuación de tu aventura. Siéntate aquí, Baudolino, escucha qué paz, aspira los olores buenos del campo. Descansemos un poco, y cuenta.

Como luego, los tres días siguientes, viajaron de día y descansaron de noche a ras del cielo, para evitar los lugares habitados por quién sabe quién, Baudolino prosiguió su relato bajo las estrellas, en un silencio roto solo por un susurrar de las frondas y por sonidos repentinos de animales nocturnos.

En aquel tiempo —y estamos en 1187— el Saladino había lanzado el último ataque contra la Jerusalén cristiana. Había vencido.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.