Bangkok 8 by John Burdett

Bangkok 8 by John Burdett

autor:John Burdett
La lengua: spa
Format: epub, azw, mobi
Tags: Intriga
publicado: 2004-04-01T05:00:00+00:00


Treinta y seis

Los polis que no aceptan dinero deben ganarse el pan de otra forma. La puntería excepcional de Pichai le consiguió un lugar en todos los tiroteos que se producían en el distrito 8. Gracias a mi inglés, a los farangs normalmente me los envían a mí. No estamos en un circuito turístico, o sea que este tema no me da mucho trabajo: un goteo continuo de occidentales que torcieron por la calle que no era y a los que, de repente, les aterrorizó encontrarse solos en el Tercer Mundo, unos pocos criminales internacionales especializados en narcóticos y chicos como Adam Ferral.

El sargento Ruamsantiah ha mandado buscarme esta mañana y cuando he llegado a la sala de interrogatorios Ferral ya estaba sentado en una de las sillas de plástico, un alfiler de sombrero en la ceja, un arete de plata en una aleta de la nariz, todos los tatuajes habituales y el tipo de luz en sus ojos que a menudo distingue a los visitantes de otros planetas. Ruamsantiah, un padre de familia decente con sólo una esposa a la que es escrupulosamente fiel y que invierte de verdad su parte de los sobornos en la educación de sus hijos, no pone objeciones a los tatuajes, pero se sabe que no le gustan los aros en la nariz, las agujas en las cejas y los farangs jóvenes odiosos que no saben waiar o mostrar respeto de cualquier otro modo. Cuando entré en la sala, sonreía a Ferral.

El sargento estaba sentado a una mesa de madera, vacía excepto por una bolsa de celofán de hierba de unos veinte centímetros cuadrados, un paquete color rojo intenso de papel de fumar Rizla extragrande, un encendedor de gas y un paquete de nuestros cigarrillos más repugnantes llamados Krung Thip, que sin duda eran diez veces más nocivos para la salud que la marihuana. Me han convocado a estos interrogatorios muchas veces; normalmente el miedo del chico farang es tangible y llena la sala con una paranoia que le deja petrificado. Pero Adam Ferral estaba tan tranquilo, razón por la cual Ruamsantiah utilizaba esa sonrisa peligrosa. Ruam— santiah había dejado la porra apoyada en una pata de la mesa. Movió la barbilla hacia el chico sin relajar la sonrisa.

—No logro entenderle. Quizá tú tengas una explicación. Ha venido a la comisaría con el pretexto de que se había perdido, luego se ha metido la mano en el bolsillo para sacar algo y ha salido la hierba. Ha sido como si quisiera que lo pilláramos. ¿Es un infiltrado o un tarado? ¿Es que la CIA nos está controlando?

La pregunta no iba en serio. Ferral era demasiado joven y la droga demasiado escasa. Yo le echaba diecinueve años, a lo sumo veinte.

—¿Tiene su pasaporte?

Ruamsantiah sacó de su bolsillo un pasaporte azul con un águila en la cubierta y me lo entregó. Ferral tenía diecinueve años y unos meses, era originario de Santa Barbara y en su solicitud de visado había dicho que era escritor de profesión.

—¿Publicas tus escritos en Internet? —le pregunté.



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