Asura by Santiago Eximeno

Asura by Santiago Eximeno

autor:Santiago Eximeno [Eximeno, Santiago]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Terror
publicado: 2004-09-17T22:00:00+00:00


Inciso en una huída

Tu vida, si la tarea intentas,

quizá en peligro esté;

pero oponte a mí y ahora mismo

caerás muerto por mi mano.

Ramayana

Caído el puente,

queda el frío

tras el sauce.

Shiki

1

En el exterior del edificio, junto a las verjas abiertas que formaban la entrada, dos jóvenes embutidas en saris de color verde se afanaban en la preparación de diminutos cestos de flores. Con parsimonia engarzaban las flores —rosas, crisantemos, claveles— en finos alambres dorados. A continuación doblaban los alambres usando sus manos, formando espirales que, con delicadeza, enrollaban alrededor de un recipiente fabricado con hojas y algas secas. Para dar consistencia al conjunto untaban sobre su superficie una pasta pegajosa de color blanquecino similar a la cola y colocaban una diminuta pieza de cartón plegado en su interior, empleada para sostener una vela pequeña. Mientras realizaban su trabajo hombres y mujeres se detenían junto a ellas y, señalando uno de los cestos, pagaban por él y lo recogían con manos temblorosas. Después caminaban algunos metros por el camino empedrado que cruzaba los jardines y terminaba en las puertas del hospital y, al llegar al estanque de aguas oscuras que los responsables del centro habían erigido en el centro de los jardines, encendían la vela y depositaban la ofrenda, junto a las demás, sobre el agua.

La doctora Vega caminaba desde su casa hacia el hospital. El día había amanecido envuelto en el halo de tristeza que las sempiternas nubes grises creaban, pero durante algunos minutos el sol había atravesado la muralla y había dejado leves destellos de luz en su ventana. La pírrica victoria le había animado lo suficiente para decidirse a realizar el camino hasta su lugar de trabajo a pie. Últimamente, al recorrer las calles, le invadía la melancolía de los falsos recuerdos, los que te gritan al oído que los tiempos pasados fueron mejores. En todas las esquinas encontraba un mendigo sentado en el suelo, encorvado, apenas cubierto por sus harapos, elevando una escudilla sin apartar la mirada de la acera. Sabía que muchos de ellos procedían de la réplica: exiliados voluntarios que terminaban sus días en las calles, esperando una ayuda de sus congéneres que nunca llegaba. A ella misma observar su miseria no le conmovía. Sólo sentía una profunda decepción por el género humano, y una profunda tristeza por la miseria moral que la dominaba y borraba su compasión, convirtiéndola en uno más de ellos.

Al llegar a la bocacalle que conducía al hospital, una larga avenida peatonal cercada por edificios bajos de muros grises y ventanas cerradas, buscó con la mirada entre los viandantes, imaginando cuál de ellos se dirigiría al mismo lugar que ella. Buscaba a personas que no habían visitado el hospital anteriormente —maridos preocupados por sus esposas enfermas, madres ancianas acompañadas de hijos reticentes, una joven que visitaba cada semana a su hermano menor internado—, desconocidos con una triste historia que contar, y los seguía hasta la entrada, enfrascada en un juego pervertido del gato y el ratón. Se sentía orgullosa de su perspicacia cuando creía



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