Arlington Park by Rachel Cusk

Arlington Park by Rachel Cusk

autor:Rachel Cusk [Cusk, Rachel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2006-01-01T00:00:00+00:00


¿Qué canción era? ¿Qué era? Cantó la frase para sus adentros.

Las flores mojadas de lluvia.

Las flores mojadas de lluvia.

La respuesta salió de una recóndita caverna de la memoria. Era un tema de Van Morrison, y alguien a quien Solly conocía la tocaba a la guitarra. Y de repente, como un pequeño relámpago, el recuerdo alumbró su camino de forma instantánea por los recovecos de su memoria. Recordó a un chico, un novio que había tenido durante un tiempo y que tocaba aquella canción. Por aquel entonces ella tenía dieciocho o diecinueve años; recordó los vaqueros que llevaba, tan gastados que se le veían las rodillas esbeltas cuando se sentaba en el suelo con las piernas cruzadas. Estaba sentada sobre una alfombra con las piernas cruzadas, retorciendo entre los dedos el collar de cuentas que llevaba. Recordó una habitación iluminada, la música, la sensación tersa y voraz de su cuerpo joven. ¡Qué extraño que lo hubiera olvidado! ¡Qué extraño que hubiera permanecido tanto tiempo allí, vivo e intacto, pero enterrado, oculto, como oculto estaba el niño que llevaba en el vientre!

Fue entonces, justo en el momento en que Solly escupía aquel recuerdo desnudo a la luz, cuando Paola llamó al timbre. El sonido surcó el jardín como una flecha, le atravesó la carne y le produjo una sensación de río caliente. Solly permaneció inmóvil mientras el recuerdo pasaba sobre ella, el recuerdo abrumador de la juventud, la liberación de su yo de dieciocho años, toda la realidad apresada de Van Morrison, su amigo trovador y las flores temblorosas por la lluvia. ¡Qué hermosura! ¡Era tan bello y al tiempo tan inalcanzable, tan perdido e inexpugnable!

El timbre volvió a sonar.

—¡Mami! —gritó Joseph, malhumorado, al tiempo que señalaba la casa.

Solly entró en la casa con las piernas temblorosas, recorrió el pasillo y abrió la puerta principal. Ante ella vio a una mujer con una maleta muy grande.

—¿Solly Curly? —preguntó.

—Kerr-Leigh —la corrigió Solly de forma automática.

Había requerido cierta bravuconería insistir tantos años antes en conservar su nombre unido al de Martin por un guion en lugar de prescindir de él. En su opinión, así debía ser el matrimonio, un estado guionado. Sin embargo, casi todas las personas a las que conocían pronunciaban el apellido compuesto tal como lo acababa de pronunciar la mujer, como una sola palabra con el acento en la primera sílaba. Era la sílaba de Martin, lo cual le parecía una forma particularmente insidiosa de discriminación.

—Paola Rocco —se presentó la mujer en tono firme y eficiente, pronunciado la r a la perfección.

—Ah —barbotó Solly.

Paola le tendió una mano delgada y morena que Solly estrechó. Seguía sumida en su sueño de Van Morrison, y el contacto de la mano de Paola la pilló desprevenida. Era como si la carne de Solly, el grueso pelaje de su ser habitual, se hubiera desprendido para dar paso a una superficie más suave, más receptiva. Era como si la mano de Paola le hubiera hablado. La sensación de una mano morena y cálida, la mano de una desconocida, la embargó como inyectada en vena.



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