Apollyon by Jennifer L. Armentrout

Apollyon by Jennifer L. Armentrout

autor:Jennifer L. Armentrout [Armentrout, Jennifer L.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2013-04-03T16:00:00+00:00


Capítulo 21

Nada más pasar por las puertas creía que nos estamparíamos de cara contra el suelo, pero el suelo seguía bajo nuestros pies mientras nos adentrábamos en las profundidades de la oscuridad, hasta toparnos con una densa y empalagosa niebla.

Echando un vistazo por encima de mi hombro, intenté encontrar la puerta antes de que la niebla nos tragara enteros, pero había desparecido y cada vez se volvía más pesada. Me cogí de la mano de Aiden mientras zarcillos grises se deslizaban entre nosotros, envolviéndonos en un tipo de capa diferente. Ni siquiera podía verle… ni tampoco lo que estaba a tan solo unos centímetros de mí. Una punzada de pánico me acribilló el pecho.

—Estoy aquí, a tu lado. —La profunda voz de Aiden partió el velo y él apretó mi mano—. No me sueltes.

Durante un instante, consideré la idea de usar el elemento aire para dispersar la niebla, sin embargo, si estaba allí era por algo y no creía que fuera algo bueno hacerla desaparecer como si nada.

Cuanto más nos adentrábamos en la niebla, más extraña era la sensación de ceguera completa. Y de pronto escuché otro sonido aparte de los violentos latidos de mi corazón; el sonido de algo moviéndose o arrastrándose sobre los pies y ropa ronzando a nuestro alrededor, y un zumbido parecido al aliento de alguien en sus últimas. Estaba segura de no querer saber la procedencia. Siguiendo el camino del brazo de Aiden, di un paso, acercándome a él, tan cerca que fue una sorpresa no haberle hecho tropezar.

Tras varios minutos de andar a ciegas entre la niebla y aquel terrible e interminable sonido, esta empezó a deshacerse hasta que el camino delante nuestro quedó a la vista.

Cogí aire con fuerza, incapaz de soltarme de su brazo. La pequeña parte del Inframundo que había visto antes no me había preparado para esto.

Cuando la niebla desapareció por completo, pudimos ver el cielo, del color de un sol que empezaba a desteñirse, un cruce entre rojo y naranja, pero ni rastro del sol. A nuestro alrededor estaba lleno de gente caminando sin objetivo alguno. Vestidos con harapos, se movían de aquí para allá. Muchos lo hacían en silencio; algunos gemían en voz baja, mientras que otros murmuraban entre dientes detrás de sus capas, pero todos miraban el suelo. Eran jóvenes y viejos, desde el niño más pequeño hasta el anciano más arrugado.

Aquel lugar se extendía más allá de lo que el ojo humano podía ver, hasta las puntas de las Montañas de las que Apolo nos había hablado. No entendía muy bien dónde estábamos. No era el limbo —estaba segura—, pues había estado allí antes.

Ninguna de las almas levantó la vista al pasar a su lado. No había guardias subidos en caballos, como había visto en el limbo. Era como si aquellas personas hubieran sido puestas allí, abandonadas a su suerte y aburrimiento.

—¿Por qué? —pregunté en un susurro.

Aiden entendió qué estaba preguntando.

—La mayoría de los muertos residen aquí. —Me condujo alrededor de un grupo de tres, reunidos en el barro—.



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