Andanzas De Don Quijote Y Sancho by Concha Lopez Narvaez

Andanzas De Don Quijote Y Sancho by Concha Lopez Narvaez

autor:Concha Lopez Narvaez
La lengua: es
Format: mobi
Tags: Narrativa — Juvenil
ISBN: 9788421693865
editor: Editorial Bruño
publicado: 2003-12-31T23:00:00+00:00


CAPÍTULO III

DESAFÍO AL REY DE LA SELVA

Desde El Toboso se pusieron nuevamente en camino. Tenían la intención de llegar, al menos, hasta Zaragoza, donde cada año se celebraban unas grandísimas y muy solemnes fiestas.

Pero el caballero llevaba el corazón triste, y en su confusa mente no había lugar más que para un solo pensamiento: su pobre y encantada señora Dulcinea.

Así que apenas hablaba y sus ojos no se entretenían ni alegraban con la vista de pájaros, árboles ni flores...

—Señor, salga de sí mismo y vuelva a vuestro corazón la perdida alegría —le dijo Sancho a don Quijote lleno de tristeza.

—No puedo, amigo Sancho, pues bien sé que solo yo tengo la culpa de la desgracia de mi señora: nació hermosa y ahora se ve fea; siempre fue delicada, y en este momento parece la más ordinaria de las mujeres. ¿Y todo por qué? Por la mucha envidia que los perversos encantadores me tienen.

—Así es la vida, señor; a veces pagan justos por pecadores... De todas formas, a mí me pareció hermosa.

—¿De verdad tú la viste hermosa? —se asombró don Quijote.

—¡De verdad! —afirmó Sancho.

—Pues entonces, por lo que parece, ese malvado mago la ha vuelto fea y zafia solamente para mí; pero una cosa es segura: encantada está, Sancho, ya que si no lo estuviera, yo podría contemplar sus ojos de esmeralda y sus dientes de perlas, porque sus ojos son como las esmeraldas, y sus dientes son como las perlas. ¿No es cierto, Sancho amigo?

—Cierto es, señor.

—¡Ay...! Y que yo no pueda contemplar tanta hermosura, que yo no pueda ver esos preciosos ojos y esos bellísimos dientes... —gimió don Quijote con tanto pesar que a Sancho se le conmovió el alma; pero de ninguna forma podía confesar su engaño.

Como puede apreciarse, el caballero andante, que hacia Zaragoza marchaba, lo hacía sin ilusión ni ánimos, y ya no soñaba con ganar ni gloria ni fama, ni tampoco hacía mucho por verse envuelto en algún tipo de aventura. En fin, que este don Quijote no parecía el mismo que en otro tiempo luchó con ejércitos y gigantes.

Por ello, su escudero Sancho Panza, que estaba ansiosos de obtener el gobierno de una isla o, al menos, de conseguir algunas monedas de oro, se sentía descontento y disgustado.

De todas formas, aunque don Quijote no fuera a la búsqueda de aventuras, las aventuras le salieron al encuentro, y como, al fin y al cabo, era caballero andante, y de los más valientes, acabó metiéndose de lleno en ellas, aunque sin dejar de pensar en su pobre y encantada dama.

Así, camino de Zaragoza, peleó con muy extrañas gentes, y, como en anteriores ocasiones, no retrocedió ante el peligro, por grande que este fuera, ni consintió ningún tipo de abuso o de injusticia.

Muchas fueron las dichas aventuras, demasiadas para contarlas todas. No tenemos ahora el tiempo necesario ni tampoco el espacio, pero detengámonos un momento para narrar, al menos, una de las más chocantes y peligrosas: esa en la que nuestro caballero llegó a desafiar nada menos que al poderoso y fiero Rey de la Selva; del Rey León estoy hablando.



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