Ana, la de Avonlea by L. M. Montgomery

Ana, la de Avonlea by L. M. Montgomery

autor:L. M. Montgomery [Montgomery L. M.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Infantil y juvenil
publicado: 1908-12-31T16:00:00+00:00


Y, ¡oh!, querida Ana —escribía Priscilla—, estoy tan apenada, porque temo que ahora no podamos ir a «Tejas Verdes», pues cuando tía se restablezca del tobillo, tendrá que regresar a Toronto. Debe estar allí en una fecha determinada.

—Bueno —suspiró Ana dejando la carta sobre el rojo escalón de piedra de la puerta del patio, donde se hallaba sentada mientras caía el crepúsculo—. Siempre pensé que era demasiado bueno para que resultara verdad. Pero vaya… estas palabras suenan tan pesimistas como si fueran de Eliza Andrews, y estoy avergonzada de haberlas pronunciado. Después de todo no era demasiado bueno para ser verdad… cosas tan buenas como ésa se convierten en realidad para mí a cada rato. Y supongamos que los acontecimientos de hoy tienen también su lado gracioso. Quizá cuando Diana y yo seamos viejas y grises, nos podamos reír al recordarlos. Pero no creo que pueda hacerlo antes de esa época, porque en verdad ha sido una amarga desilusión.

—Con toda seguridad has de sufrir muchas desilusiones peores que ésa antes de que llegues a vieja —dijo Marilla, creyendo honestamente que estaba diciendo algo reconfortante—. Me parece, Ana, que nunca vas a poder quitarte la costumbre de poner todo tu corazón en las cosas y luego caer en la desesperación porque no las consigues.

—Sé que tengo inclinación a obrar así —asintió Ana tristemente—. Cuando pienso que va a pasar algo hermoso me parece volar por anticipado; y luego, al primer contratiempo me precipito a tierra de un golpe. Pero, realmente, Marilla, la parte del vuelo es gloriosa mientras dura. Es como remontarse hasta el ocaso. Creo que esto casi compensa el golpe.

—Bueno, quizá sea así —admitió Marilla—. Yo más bien prefiero caminar tranquilamente sin vuelo ni caída. Pero cada uno tiene su modo de vivir. Yo creía que había un solo camino recto, pero desde que te crié a ti y a los mellizos, no estoy tan segura. ¿Qué vas a hacer con la fuente de la señorita Barry?

—Devolverle los veinte dólares que pagó por ella, supongo. Estoy muy agradecida de que no sea una antigua herencia, porque en ese caso no habría dinero que pudiera pagarla.

—Quizá puedas conseguir una igual en alguna parte y comprársela.

—Me temo que no. Fuentes tan antiguas como ésa son muy escasas. La señora Lynde no pudo encontrar una por ningún lado. Ojalá la consiguiera, porque para la señorita Barry sería lo mismo una fuente que la otra, si es igualmente antigua y genuina. Marilla, mire esa gran estrella sobre los manzanos del señor Harrison con ese resplandor plateado enmarcado por el cielo. Me da la sensación de que es una plegaria. Después de todo, cuando uno puede ver estrellas y cielos como éstos, las pequeñas desilusiones y accidentes no pueden tener mucha importancia. ¿No le parece?

—¿Dónde está Davy? —preguntó Marilla, con una indiferente mirada a la estrella.

—En la cama. Le había prometido que mañana les llevaría de excursión a la playa. Por supuesto, el trato era que debía ser bueno. Pero él trató de serlo… Y no tengo valor para desilusionarlo.



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