Amaneceres cautivos by Nieves Hidalgo

Amaneceres cautivos by Nieves Hidalgo

autor:Nieves Hidalgo [Hidalgo, Nieves]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2009-01-01T05:00:00+00:00


14

Desde aquella balaustrada

un beso avivó la llama

que entre rescoldos velada

pavesas de amor inflama.

* * *

—No has venido por eso, Marina —dijo Carlos, y ella se volvió para mirarlo y sus ojos parecieron taladrar el alma misma de la muchacha, leyendo en su interior como en un libro abierto, como si adivinase su hambre—. Realmente…, ¿quieres que te diga por qué has venido?

Cuando se fue acercando nuevamente a ella, a Marina le flaquearon hasta sus más arraigadas creencias y agarró la balaustrada a sus espaldas. ¿Necesitaba escucharle a él los motivos que la habían impulsado a verlo aquella tarde? ¿De veras lo necesitaba?, se preguntó. ¿Tan cobarde era que no sería capaz de confesar que desde que le conociera era su Némesis? Contuvo la respiración hasta que hubo de levantar la cabeza para poder seguir mirando aquellos ojos que, ahora, eran verde musgo. Lo tenía tan cerca que el aroma que exhalaba de él la aturdía, avivando su privación, su carencia de ternezas. Bajó los ojos para clavarlos en el hueco de su garganta, debajo de la nuez de Adán, en el trocito de clavícula descubierta bajo la camisa abierta, en la inmensidad de aquel pecho duro y tostado donde parecía que podía aspirarse el olor del sol.

Carlos alargó la mano muy despacio, como si tuviera miedo de tocarla, espantado por su propio apetito, por su codicia de ella. Colocó una guedeja del cabello femenino que había escapado del confinamiento de la toca y sus dedos quedaron varados allí, en la oreja de ella. Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, acarició el lóbulo, provocando un estremecimiento en la muchacha, que volvió a mirarlo a los ojos.

Lo que el conde de Osorno vio en aquellas pupilas oscuras, brillantes, increíblemente hermosas, enardeció sus sentidos. Era deseo. Simple y llanamente deseo, tan fuerte y atormentado como el suyo propio. Pero no se atrevió a nada, sólo se la quedó mirando, bebiendo como un náufrago de la perfección de aquel rostro moreno, ovalado, de ojos inmensos y pestañas pobladas y oscuras como el alma de un condenado.

Marina levantó su mano, que sintió que temblaba. Cuando la posó en el trozo de piel desnuda del pecho masculino, la sacudida le llegó hasta la punta de los pies. Tragó saliva y se humedeció los labios —repentinamente secos— con la punta de la lengua. Notó que los latidos del corazón del hombre se aceleraban de forma alarmante y se dijo que ya no había camino de regreso. La consumía la urgencia de su cuerpo. Estiró los dedos para abarcar la mayor parte de piel que pudiese y comenzó una lenta caricia, tan tenue que podría haber existido sólo en su imaginación. Al llegar al hombro se dio cuenta de que la tela le estorbaba y la hizo a un lado. Al apreciar más piel descubierta dejó escapar un ligero suspiro. Aquella carne abrasaba sus dedos, transmitía una sensación electrizante a sus miembros, haciendo que temiese que las piernas dejasen de sostenerla. Era una sensación tan placentera, la había ansiado tanto.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.