Amadeo I by Benito Pérez Galdós

Amadeo I by Benito Pérez Galdós

autor:Benito Pérez Galdós [Pérez Galdós, Benito]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1910-01-01T05:00:00+00:00


- XV -

A poco de pasar de Burgos, envainó mi padre su rosario suspirando ya por la llegada, y aunque sobraba tiempo, diome prisa para que recogiera nuestros bultos y paquetes. «Por Dios vivo, Tito, no se nos quede algo». La señora guapa se arregló la cabeza y toquilla dirigiéndonos una mirada que me pareció precursora de inteligencia. Sin duda le supo mal el quedarse a media miel cuando el despertar de mi padre cortó bruscamente la volcánica declaración que yo empecé a espetarle. «Hasta que pase Santa Olalla no hay prisa» nos dijo; y en su acento creí notar cierta dulzura que a mí solo dedicaba. Llegamos, y al ponerse en pie la señora para salir vi con espanto que era coja, pero de una cojera de solemnidad, pues tenía una pierna de palo, y se ayudaba de un bastón… En ninguna de mis conquistas, tuve tan mala pata… Hice como que no me enteraba, y extremando mi finura y prodigando las expresiones más corteses, la ayudé a bajar del coche. Los demás viajeros seguían durmiendo profundamente. El frío era intensísimo… De mi brazo pasó la dama coja a los brazos de personas que la esperaban… Mi padre saludó a un cura, y luego al dueño de los coches que llevaban diariamente el correo desde Bribiesca a Medina de Pomar, pasando por Oña, nuestro pueblo… Descansamos; amaneció, y ¡al coche…! Antes de las diez estábamos en la risueña y monacal villa de Oña, donde me crié, y con las primeras travesuras realicé mis primeras infantiles conquistas.

Declaro que me rejuvenecí y me fortifiqué con sólo pisar el suelo de aquella villa guardadora de mis dulces recuerdos. El convento de benedictinos con su iglesia y claustros y frondosas huertas, que conservaban aún a mi parecer la huella de mis zapatitos agujerados a poco de estrenarlos, renovaron en mi espíritu las alegrías de la niñez. Con placer indecible me recreaba en las verdes orillas del río y en los embalses de cristalinas aguas que los frailes tenían para sus recreos de natación y pesca… La menguada población me divertía menos. En el tiempo que yo faltaba de allí, aumentado había el rebaño de curas; la beatería del vecindario era ya un estado epidémico… Para mí, pasar de Madrid a Oña era como saltar de un planeta a otro. Mi padre, que con tanto desprecio y horror hablaba de los miasmas de Madrid, no se daba cuenta del aire espeso de fanatismo que allí respirábamos. Felizmente, corta sería nuestra estancia en Oña, y cobrados unos cuartejos de la renta de dos casuchas y tierras pobres, seguiríamos hasta Durango, donde mi padre, desde su viudez, vivía con mi hermana Trigidia (nombre de una santa oñense), bien casada y establecida.

Con mal tiempo y buen humor, metidos mi padre y yo en vehículos que variaban de lo malo a lo pésimo, emprendimos la peregrinación hacia Frías; de allí por el valle de Tobalina seguimos a Miranda de Ebro, donde nos detuvimos para pasar un día con mi hermana Pascuala.



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