Al otro lado del mar by Carmen Kurtz

Al otro lado del mar by Carmen Kurtz

autor:Carmen Kurtz [Kurtz, Carmen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1973-01-01T00:00:00+00:00


SUELO ponerme al trabajo a las cuatro, hora en que normalmente —me refiero a antes de estar enfermo— abría mi consulta. Dedico la mañana a la lectura de los periódicos y a cortos paseos si el tiempo lo permite, almuerzo temprano y me concedo el lujo de una siesta. Las tardes se me harían inacabables sin esta rara tarea que me he impuesto. La casa no es grande; suficiente para mi mujer y para mí. Los hijos se han quedado en Barcelona y se arreglan solos. Quizás esta circunstancial libertad y responsabilidad beneficie a todos, incluso a nosotros; es un error pensar que los hijos nos necesitan constantemente. Para escribir he acondicionado, abajo, una habitación cuya pared se calienta al fuego de la chimenea del comedor. Una estufa eléctrica me basta para no sentir frío. El clima es seco y los muros de la casa muy gruesos. Los cristales del ventano se empañan por la diferencia de temperatura entre el exterior y el interior, de modo que al levantar la vista veo un paisaje neblinoso, lo cual tiene la ventaja de no distraerme. A veces suspendo mi trabajo y voy a charlar unos segundos con mi mujer, que en seguida se cree obligada a preguntarme si quiero té, o café, o un vaso de leche, o whisky: todo depende de la hora. Y se extraña al verme tan absorto en mi trabajo.

—Buena cosa te has buscado. No vayas a cansarte.

Le digo que no, esto no es una novela. Me limito a poner en orden relativo una serie de hechos y conversaciones que han tenido lugar. No sé si sería capaz de inventar nada, pero narrar lo que se ha vivido o nos han contado es cosa fácil. Lo difícil es revivirlo con el espíritu del momento, retroceder en años para dar a los sucedidos su auténtico valor.

—No me canso —le digo— y además me distrae.

—Sí, debe de distraerte, sí —afirma mi mujer—. A veces te oigo reír.

—¿Me oyes reír? —pregunto asombrado.

—Te ríes a veces y otras hablas. Supongo que lo haces ex profeso.

—Supongo.

Supongo, pues, que me río ya que mi mujer no es fantaseadora, y supongo también que hablo, pero no a solas como ella se imagina. Hablo con Marion, Mauricio, Elsa, Ricardo, Lucía… con todos ellos. Y si lo hago en voz alta es porque tengo las voces de todos ellos metidas dentro de mí y al evocarlas vienen a llenar mis folios. El tono de la voz es importante y también el énfasis que se da a una frase o a una simple palabra. El vozarrón del viejo Roura, desaparecido hace dos años, no se me olvidará en la vida, ni tampoco la voz pausada de Marion, ni la nerviosa de Luciano, ni la tranquila de Elsa, ni la distante de Ricardo, ni la apasionada de Lucía, ni la conciliadora de David, ni siquiera la amariconada de Catalina. Hasta creo oír la voz de la viuda Alberó, a quien no llegué a conocer, pero que Mauricio describió en todas sus gamas.



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