Acid House by Irvine Welsh

Acid House by Irvine Welsh

autor:Irvine Welsh [Welsh, Irvine]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1994-01-01T05:00:00+00:00


DESMONTABLE DE MUÑECO DE NIEVE

PARA RICO LA ARDILLA

La ardilla plateada hacía eses por el jardín y subió a toda prisa por la corteza de una gran secoya californiana que sobresalía por la desvencijada valla de madera. Un lloroso chiquillo en bambas, camiseta, vaqueros y gorra de béisbol observaba, atormentado e impotente, mientras el animal se alejaba de él.

«¡Te queremos, Rico!», gritó el chico. «¡No te vayas, Rico!» gritó, angustiado.

La ardilla trepó hábilmente por el árbol. Al oír la desesperada voz del chico se detuvo y miró atrás. Sus tristes ojos marrones relucían cuando dijo: «Lo siento, Babby, tengo que irme. Algún día lo comprenderás».

La pequeña criatura se volvió y, utilizando una rama como trampolín y agarrándose a otra, desapareció entre el espeso follaje del bosque detrás de la frontera formada por la endeble valla.

«¡Mami!», gritó el joven Bobby Cartwright en dirección a la casa. «¡Es Rico! ¡Se va, mami! ¡Dile que se quede!».

Sarah Cartwright apareció en el porche y sintió que el pecho se le contraía al ver a su hijo desconsolado. Las lágrimas se le agolpaban en los ojos cuando dio unos pasos y estrechó al chico en su regazo. Con voz jadeante y empalagosa dijo pensativamente: «Pero Rico tiene que irse, cariño. Rico es una ardillita muy especial. Lo sabíamos cuando vino hasta nosotros. Sabíamos que Rico tendría que marcharse, pues su misión es difundir el amor por el mundo entero».

«¡Pero eso quiere decir que Rico no nos quiere, mamá! ¡Si nos quisiera se quedaría!», gritó Bobby, desconsolado.

«Escucha, Babby,[1] hay otra gente que también necesita a Rico. Tiene que llegar a ellos para ayudarles, para darles el amor que necesitan, para hacer que se den cuenta de lo mucho que se necesitan unos a otros».

Bobby no estaba convencido. «Rico no nos quiere», lloriqueó.

«No, Babby, eso no es así en absoluto, cielito», dijo sonriendo afectada Sarah Cartwright, «el mayor regalo que jamás nos hizo Rico fue hacernos recordar cuánto nos queríamos. ¿Te acuerdas cuándo a papá le dieron el finiquito en la fábrica? ¿Cuando perdimos nuestro hogar? ¿Y después cuando a tu hermanita, la pequeña Beverly, la atropellaron, asesinada por aquel sheriff borracho? ¿Te acuerdas de cómo nos peleábamos y nos gritábamos sin parar?», explicó Sarah Cartwright mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. Lentamente, en su rostro apareció una sonrisa, como el sol alzándose triunfal sobre sucias nubes grises. «Entonces llegó Rico. Pensábamos que nos habíamos perdido, pero con el amor de Rico nos dimos cuenta de que lo más grande que teníamos era nuestro amor…».

«¡Odio a Rico!», rugió Bobby, zafándose de su madre y corriendo a casa. Subió la escalera de dos en dos.

«Babby, vuelve…».

«¡Rico nos ha abandonado!», gritó Bobby desconsoladamente, cerrando de un portazo la puerta de su dormitorio.

«¡Apagad esa puta tele! ¡Os lo he dicho ya! ¡Afuera a jugar!», les soltó Maggie Robertson a sus hijos, Sean y Sinead. «¡Viendo la puta tele todo el día! ¡Tontos del culo!», medio se reía, medio se burlaba, mientras la mano de Tony Anderson se deslizaba debajo de su camiseta y su sujetador y le manoseaba ásperamente el pecho.



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