1969 by Jerónimo Tristante

1969 by Jerónimo Tristante

autor:Jerónimo Tristante
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Policíaco
ISBN: 9788496748958
publicado: 2009-01-01T05:00:00+00:00


Amenazas

Cuando don Raúl salió de la cafetería, Alsina y Joaquín se quedaron mirándose algo perplejos. No podían creer lo que les había sucedido:

—¿Ha sido sensación mía o este tipo nos ha amenazado veladamente?

—No ha sido sólo sensación tuya. A mí también me lo parece.

—Eso que ha dicho de tu primo...

—Mi tío.

—Tu tío, sí. ¿Ese tipo sabe...?

—No, no creo. Nadie sabe en Murcia que soy homosexual —dijo Ruiz Funes bajando el tono de su voz—. O eso creía yo, claro. Insisto en que te vayas a Barcelona. Un cambio de aires te vendrá bien.

—No, ahora no. Bueno, me voy a la pensión; es tarde y quiero pensar.

—Acuérdate de enviarme a Práxedes.

—Descuida.

Salió tras estrechar la mano de su amigo. La sola idea de subir al pequeño ático del viejo le daba repelús, pero un encargo era un encargo.

Salió a la calle y se abrochó el abrigo. Hacía frío. Se cruzó con una vieja gitana que asaba castañas y pensó que, pese a su aspecto poco higiénico, tenían buena pinta y olían bien.

—Un cucurucho —pidió una voz a la vieja.

El detective miró a su lado y comprobó que se trataba de Guarinós, el jefe de la Político Social en Murcia.

—Hola, Alsina.

—Hola —contestó, pensando que menuda tarde llevaba. Ahora Guarinós, ¿qué más podía pasarle?

—¿Cómo te va? —le dijo el recién llegado intentando hacerse el simpático.

—Bien, bien. Perdona, tengo prisa —trató de cortar echando a andar hacia San Pedro.

—Espera hombre, voy en tu misma dirección. Te acompaño.

Se puso nervioso ante la posibilidad de que aquella comadreja supiera hacia dónde podía dirigirse o, a lo peor, dónde vivía. De todos modos, aquella era una ciudad pequeña. Adolfo Guarinós era un tipo delgado, alto, con pelo castaño, abundante, y que lucía un poblado bigote. Sus ojos tenían la conjuntiva roja, poblada de pequeñas venillas inyectadas en sangre. Le daba grima. Había dirigido la Brigada Político Social en Guipúzcoa con mano de hierro y todo el mundo sabía que dejó tras él un reguero de dolor, torturas y muerte. Una triste celebridad.

—Parece que te va bien con lo de los televisores...

—Sí, sí, estoy muy ilusionado.

—¿Has seguido con el asunto aquel?

—¿Perdona? —dijo parándose en seco para simular que no sabía de qué le hablaba y hacerse el sorprendido.

—Sí, hombre, el de la puta aquella que se suicidó en Nochebuena.

—¡Ah! —contestó riéndose como si aquello fuera una locura—. No, no. Al principio me dio que pensar porque tenía señales de esposas y parecía que le habían dado una buena somanta, pero es obvio que hacía trabajos especiales, numeritos fuertes. Me lo dijeron en el hotel Victoria.

Cruzó los dedos porque aquella mentira resultara convincente y Guarinós se diera por satisfecho.

—¿Y llegaste a pensar que habíamos sido nosotros?

Continuaron caminando. Julio contestó con aplomo:

—Pues al principio sí, pero luego averigüé la verdad; se suicidó. Caso cerrado.

—Ya.

—Sí, yo a lo mío, a mis televisores. Sabes que no era un buen policía. Esto se me da bien, estoy contento con las ventas y apenas acabo de empezar.

Ahora fue Adolfo Guarinós quien se paró en seco. Alsina se giró para ver por qué.



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