1212 Las navas by Francisco Rivas

1212 Las navas by Francisco Rivas

autor:Francisco Rivas
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Belico, Histórico
publicado: 2012-05-05T16:00:00+00:00


TERCERA PARTE

LA BATALLA

El alba no había llegado a saludar a un nuevo día, pero en los campamentos ya había empezado el movimiento. Los que hacían guardia despertaban a los durmientes, los escuderos a sus señores, los alguaciles a los villanos. Por doquier los soldados se armaban y se enfundaban en las armaduras en las que confiaban para salir indemnes. Se hacían los últimos retoques. Las espadas se afilaban una vez más, se llenaban las aljabas.

En el real cristiano se improvisaban misas allá donde hubiera un capellán. Aragoneses, castellanos, navarros, portugueses, leoneses o francos, todas las plegarias se elevaban en el mismo idioma, latín, al mismo Dios, el Señor de los Ejércitos, por cuya gloria iban a combatir. Los soldados confesaban sus pecados y recibían el sacramento de la comunión, que les otorgaría la gracia divina, necesaria para no titubear en medio de la refriega. Al otro lado del campo de batalla, en el cerro de los Olivares, los ulemas predicaban la santidad de su causa, enardeciendo a sus compañeros al recitar suras del Corán que les recordaran el inmenso honor que suponía morir por la fe islámica. Un paraíso de fuentes y huríes aguardaba a los que perdieran la vida luchando contra los infieles politeístas. Los combatientes buscaban un instante de reposo y, purificándose con arena, rezaban la Fajr mirando hacia La Meca.

Era muy importante comer bien antes de que comenzara el choque. En una batalla podían darse largos periodos de inactividad, e incluso no era infrecuente que algunos destacamentos ni siquiera llegaran a pelear, pero los que soportaran el peso de la lucha tendrían que derrochar energía de forma extrema. Unido al calor, el cansancio podía provocar desmayos e incluso la muerte, aunque poco podía esperar quien desfalleciera en primera línea del frente. Para evitar esto, los guerreros solían comer carne roja y otros alimentos consistentes y que aportaran fuerza, como pan o legumbres, si bien no en grandes cantidades para no sentir pesadez y que se entorpecieran los movimientos. Más letal todavía que el hambre podía resultar la sed. Aquel día iban a alcanzarse temperaturas altísimas y la deshidratación o los golpes de calor podían causar muchas bajas. Los cristianos, para no sufrir ningún percance, bebían vinagre o vino rebajado con agua.

A medida que se ultimaban los preparativos se alzaban cánticos en ambos reales, cánticos que formaban un coro que se unía a la melodía de la batalla. La solemne música religiosa de los cruzados se enfrentaba a los tambores de los almohades, que sacudían la tierra para amedrentar a los enemigos y enaltecer el coraje de los suyos. Idéntico objetivo tenían los estridentes alaridos de las mujeres bereberes, que comenzaron a apuñalar el clarear del firmamento cuando el ejército musulmán formó en orden de batalla.

Por fin, una fina raya sonrosada quebró la noche, el saludo de la aurora. Como si aquel suceso fuera una orden, los ejércitos se colocaron en perfecta formación, preparados para iniciar la batalla. El choque no tardaría en producirse.

La hueste cristiana había sido dividida en tres cuerpos principales.



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